El káiser Guillermo II, de Alemania, cuando se desató la Primera Guerra Mundial, en 1914, dijo: "En una guerra, la primera víctima es la verdad". Y Goebbels, el siniestro jefe de propaganda y organización de masas del nazismo, y uno de los más cercanos colaboradores de Hitler, decía: "Una mentira, dicha reiteradamente, termina siendo verdad". La moda en la política electoral de adquirir los candidatos asesores de campaña, publicidad e imagen, ha permeado las otrora contiendas ideológicas e intelectuales con falacias, apoyadas por los eficientes recursos de la tecnología de las comunicaciones, para desprestigiar a los contendores con fotomontajes, grabaciones de supuestas conversaciones de los candidatos con delincuentes reconocidos, acercamientos con personas de dudosa reputación, filtración de mensajes, develación de acuerdos confidenciales y, en fin, cuanto sea útil para enlodar la imagen de quien se quiere sacar del camino, o vencer en las urnas.
A riesgo de volvernos reiterativos, pero considerando que es un deber orientar a la opinión en vísperas de una campaña presidencial, trascendental para el futuro institucional del país, insistimos en la necesidad de la paz, como el mayor beneficio que se puede alcanzar, a partir del cual se abren inmensas posibilidades de desarrollo social, progreso y bienestar. Y como "el que espera lo más espera lo menos", hay que tener paciencia, porque un estado de convulsión bélica que ha durado 50 años es difícil que se negocie en unos pocos meses. Y, además, hay que tener grandeza para dar y recibir; es decir, para saldar cuentas con el perdón, porque es imposible complacer las aspiraciones de los señores que toman whisky y almuerzan en los clubes de la oligarquía, que exigen que los guerrilleros se entreguen incondicionalmente y los metan 30 o 40 años a la cárcel. Y ni riesgos -dicen- que puedan aspirar a los cargos de elección popular, como el Congreso Nacional, porque les huelen maluco a quienes les toque de vecinos en la curul.
¿Por qué insistimos en apoyar el proceso de paz? Porque hacemos parte de la que llamó Fabio Lozano Simonelli "la generación de la violencia", triste apelativo para quienes durante 60 o 70 años hemos visto correr sangre por calles y caminos de la patria -de esta "patriecita mía", como con cara de yo no fui dice el "comandante" guerrerista-, y anhelamos para nuestros hijos y nietos un país en el que "se pueda pescar de noche", a lo que aspiraba el Maestro Echandía, cuando fue nombrado gobernador del Tolima; anhelo que no pudo cumplir.
Que sirva de reflexión lo que decía el escritor español Francisco Umbral, sobre la Guerra Civil Española: "Jamás un himno militar sustituirá a una metáfora. La guerra, que queda como un formidable estruendo en mitad de la Historia, es, en realidad, un pavoroso silencio (…) Ese gran silencio, cementerial y obtuso, es lo que oigo cuando aplico el oído al pecho de España (…), donde solo pegan gritos los cadáveres". Me disculpan los lectores el dramatismo, pero así es.
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