Salvo excepciones que confirmen la regla, las personas de buen humor son longevas. Pero, además, viven amablemente, para sí y para los demás; y discurren capoteando dificultades, a las que les encuentran alguna solución; o, simplemente, las dejan a un lado, bajo la premisa de que lo que no tiene remedio se remedia solo. Sir George Bernard Shaw, dramaturgo, periodista y político irlandés, Premio Nobel de Literatura en 1925, quien murió de 94 años, sobre las recomendaciones de hacer ejercicio para tener una buena salud, decía: "Yo el único ejercicio que hago es caminar a los cementerios a enterrar a los amigos que hacían ejercicio". Comía solo frutas y verduras y únicamente bebía agua. Al respecto decía: "Soy lo suficiente contumaz para sentirme bien así", según versión de sir Winston Churchill, quien mantuvo una enconada antipatía a distancia con el tenaz nacionalista irlandés, de ideas socialistas, hasta cuando se conocieron, y aprendieron a entender sus diferencias, por el camino de las afinidades intelectuales. La vida de sir Bernard Shaw fue de privaciones. Vivía en Londres "bajo las punzadas de la pobreza y el más agudo aguijón del fracaso (…) a expensas de su madre y escribió sin lograr retribuciones unas cuantas novelas mediocres".* Este quijote británico, mordaz, satírico e irreverente, alcanzó finalmente el éxito, sin renunciar a su rebeldía. Y les pisó los callos a los más circunspectos personajes de la política y la literatura de su época, con tal vehemencia y desparpajo, además de buenas razones, que pocos se atrevían a confrontarlo, en el parlamento inglés, del que hizo parte, o en el "speaker’s corner" de Hyte Park, en Londres, donde se desahogan las más diversas inconformidades, y las más descabelladas teorías.
Otro senil (84 años) y lúcido político e intelectual, el español don Ramón de Campoamor, tuvo el privilegio de la síntesis, que exaltaba y recomendaba Baltasar Gracián, para definir en pocos trazos, sutiles, precisos y poéticos, cualquier situación; o una teoría completa de hondo calado filosófico, envuelta en los sutiles perfumes del humor. Decía, por ejemplo:
"Los mortales son siempre los mortales.
Y en el mar y en la tierra, cerca o lejos,
los juegos de los niños son iguales
como lo son los sueños de los viejos".
Y experto como era don Ramón en temas mujeriles, apuntaba:
"Saben bien los amantes instruidos
que quieren decir sí tres nos seguidos".
Y sentenciaba sobre lo inexorable:
"Fue inútil nuestro afán; no hemos logrado
reavivar tus ardores o los míos,
porque el amor y el agua de los ríos
no vuelven a pasar si ya han pasado". **
*Churchill, Winston. Grandes Contemporáneos. 1974.
** De Campoamor, Ramón. Humoradas. 1888.
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