En víspera de una contienda electoral, cada quien, de acuerdo con sus intereses, hace cábalas sobre determinados asuntos, interpretándolos a su amaño. En el caso de ahora, cuando, dentro de pocos días, se elegirá presidente de los colombianos, uno de los temas en cuestión es el de los acuerdos de paz con la guerrilla de las Farc. Nadie se atreve a discutir su necesidad, pero con propuestas distintas a lo que se está haciendo, como quien dice: "entice y vuelva y taque"; es decir, que se pierda todo lo avanzado, para que finalmente la paz tenga el sello de determinado candidato, para su colección de vanidades. Y un movimiento que se ubica en la extrema derecha, cuyo "vaticano" es un exclusivo club social de Bogotá; y sus "pontífices", intelectuales, profesionales, empresarios, dirigentes gremiales y terratenientes, todos ellos millonarios de altos ingresos, insiste en que la guerra entre el Estado colombiano, y la población civil inerme, contra la insurgencia armada, se resuelva a bala, para que, finalmente, el gobierno pueda pararse sobre el pecho de los guerrilleros, a que le tomen la foto con el fusil en alto. Esos señores tienen residencias severamente vigiladas, carros blindados, y escoltas y choferes armados. Casi toda esa seguridad pagada por el gobierno; claro, con la plata de los colombianos.
Ahora, cuando hay consenso sobre la necesidad de una educación para los niños y jóvenes colombianos, de alta cobertura y calidad, incluida la alimentación básica y el transporte para los estudiantes; y del desarrollo de las comunidades deprimidas y de la seguridad de ciudades y poblaciones, azotadas por bandas de delincuentes comunes, hay que hacer cuentas acerca de los costos de la guerra, cuyos valores pueden ser trasladados a otros rubros de trascendencia social. Y calcular los beneficios que traería utilizar a los militares en programas de desarrollo comunitario, especialmente en áreas rurales; mejorar vías secundarias e infraestructura para la educación y la salud, y construir puentes, para reemplazar los dos palos por los que tienen que cruzar las quebradas los niños, haciendo peligrosos equilibrios; vender a otros países la experiencia de las fuerzas armadas; fortalecer la seguridad urbana; reducir los costos de protección a ciudadanos de alto riesgo; y capacitar docentes, incluida una digna remuneración, para elevar la calidad de la educación.
¿Tenemos idea los colombianos de lo que cuesta disparar una ráfaga de ametralladora; o bombardear un campamento guerrillero, o un laboratorio de coca; o transportar tropas y llevarles bastimentos a la selva; o comprar uniformes y botas especiales para el combate; o adquirir sofisticados equipos para la inteligencia militar? Por supuesto que no, pero podemos imaginarnos billones -¡billones!-, que obrarían prodigios invertidos en la paz, especialmente en la niñez, porque mientras conductores y escoltas de altos ejecutivos, amigos de la guerra, bostezan de aburrimiento esperándolos, millones de niños pobres bostezan de hambre.
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