La diferencia entre la inteligencia y la memoria propias de una persona, y las suministradas por la tecnología informática, es la permanencia de las unas en el tiempo y el sometimiento de las otras a innumerables contingencias. Más claro: No es lo mismo conocer y entender las cosas y guardarlas en la memoria, que cada quien tiene dentro de su complejo sistema cerebral, que meterlas en una máquina. La primera no borra el conocimiento si se le pulsa una tecla equivocada, ni se la sacan del bolsillo o del morral en las congestiones de los buses y tampoco se queda olvidada en las mesas de los restaurantes. Esa es la diferencia entre saber y consultar. El maestro Fernando González sostenía que "a los muchachos no había que meterles cosas en la cabeza, sino enseñarles a meter la cabeza en las cosas". La consigna actual parece ser que no hay necesidad de retener en la memoria el conocimiento, sino que basta con buscar en Internet lo que se necesita saber, lo que puede hacerse desde un "cacharrito" que se carga en el bolsillo.
El fenómeno anterior (la confrontación entre la memoria y las costumbres y la dinámica de los cambios por la tecnología) ha alcanzado espacios inusitados, como el pecado, según la moral inculcada por la religión cristiana, que se remonta a los Mandamientos de la Ley de Dios, comunicados a través de Moisés, y las infracciones contra los mismos, que con el tiempo han "aflojado" mucho. Es decir, que muchos pecados han dejado de serlo, o han sido descontinuados, como también fueron relevados del santoral personajes tan metidos en los afectos de los fieles como santa Bárbara, san Martín de Porres y san Isidro Labrador, para mencionar solo tres de una cantidad que fueron víctimas de un despido masivo, sin justa causa y sin compensación alguna. Y en ese caso no hubo siquiera intervención de la OIT, ni paros, ni tampoco se interpusieron tutelas.
Qué tal que a un curita de misa y olla, de los de ahora años, contemporáneo de monseñor Builes, se le hubiera acercado a comulgar una mujer con toda la "vía láctea" a la vista y vestida apenas con unos chores; o que hubiera visto a una monja entrar al baño de un restaurante, o que no tuviera cinchado el busto para que no se le notara; o que viera a unos novios "chupar trompa" en plena misa para darse el saludo de paz... Hoy, esas y muchas cosas más son corrientes, cuando antes eran pecados mortales. "Todo cambia, todo se transforma", advirtió Heráclito.
Con los pecados, a nuestro amigo Berceo le pasó un "cacharro": "Acúsome padre, le dijo compungido al sacerdote, que falté a misa el jueves y viernes santos". Y el confesor replicó: "¿Y a usted quién le dijo que esas eran fiestas de guardar? Pero como usted así lo creía, entonces pecó. "Es decir, concluyó Berceo, que si me hubiera muerto en ese lapso, entre el jueves y viernes santos y la confesión, me hubiera ido de cabezas para el quinto patio de los infiernos, no por pecador, sino por regalado y por pendejo".
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