El ideal en un sistema político es el bienestar de la comunidad, para lo cual es necesario crear una normatividad que les señale a los ciudadanos derechos y deberes. Y los poderes públicos democráticos deben crearla a través de leyes; ejecutar éstas garantizando el equilibrio social; y proteger a los ciudadanos de injusticias, sancionando a los infractores. Esa es, en abstracto, la filosofía del sistema político que rige a países como Colombia, que ostentan el título de democráticos. Pero contra estos ideales atentan los actores que deben hacerlos realidad, porque prevalecen intereses personales sobre el bienestar general; y éste tiene un elemento indispensable para que sea realidad que es la paz. Sin ella, todo lo que se haga por el desarrollo de un país y por la superación física, intelectual y moral de sus ciudadanos, se frustra o se queda a medias, dilapidando esfuerzos. Eso no lo entienden quienes buscan acceder al manejo de cualquiera de los poderes del Estado, por codicia, egolatría o perversidad. Es decir, porque buscan enriquecerse, tienen instintos autoritarios o están sicológica y moralmente mal conformados.
No hay ninguna explicación lógica al hecho de que se agite una controversia cuando se busca terminar con un proceso de guerra no declarada, que data de muchos años, porque prevalecen las mezquindades sobre el bien común. Lo lógico sería que, si se logró sentar a la insurgencia en una mesa de negociación y se alcanzaron unos acuerdos para frenar el desangre, todos los colombianos a una sola voz estuvieran aclamando el resultado, sin mirar quién se va a ganar el reconocimiento; cuáles serán los beneficios que se les concederán a los que depongan las armas; qué concesiones tendrán los exguerrilleros que aspiren a participar en política; cómo se les garantizará su seguridad personal; y de qué manera se apoyará a los combatientes rasos para que se integren de manera normal a la sociedad, teniendo en cuenta que ellos también son víctimas. Esto, para los colombianos de bien, es lo fundamental; y debe ser su máxima aspiración. No que tal o cual movimiento llegue al poder en 2018 o aumente sus curules en el parlamento, las asambleas y los concejos; y crezca en alcaldías y gobernaciones ganadas, distorsionando la verdad e invocando “articulitos” para ganar adeptos; o enredando los procesos para que se queden en veremos. Ejemplos como la tontería cometida por los ingleses al aprobar la salida de la Unión Europea, instigados por políticos mañosos, deben servir, aunque se diga que “nadie experimenta por cabeza ajena”.
Post scríptum. Enhorabuena los negociadores de paz de la guerrilla se negaron a servirles de pasarela a los precandidatos presidenciales uribistas. La insurgencia tiene voluntad de culminar el proceso y el gobierno la obligación de hacerlo. Los demás sobran.
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