Que el Brexit, que Trump, que la Reforma Tributaria, que ganó el No, que Santos, que Uribe. Parece que los colombianos quisiéramos olvidar el 2016 como si hubiera sido el peor año de lo que va del siglo XXI, mientras el resto del mundo nos ve como el país revelación y destaca el fin del conflicto como una de las 16 historias positivas a nivel mundial (Washington Post, 21 de diciembre de 2016). Nadie dijo que lograr la paz para un país que ha sufrido la guerra por más de 50 años iba a ser fácil y el Acuerdo logrado entre el Gobierno y las Farc, a pesar de los reveses sufridos, deja grandes esperanzas.
Creímos que la esperanza de paz podía venderse sola. ¿Quién podría cuestionar que es mejor estar en paz que estar en guerra? Esta era una real perogrullada. Pero por muy evidentes que parezcan los beneficios de un país en paz, la mayoría de los colombianos que votaron le dijeron “No” el 2 de octubre al primer acuerdo logrado entre un Gobierno y las Farc.
Con grandes esfuerzos, respetando las diferencias que pudieran existir con el Acuerdo firmado en Cartagena el 26 de septiembre, el equipo negociador del Gobierno pasó largas jornadas escuchando a quienes tenían los principales reparos a este, con el fin de buscar una modificación o explicar el por qué de lo pactado. Dos meses después se logró un nuevo Acuerdo con importantes cambios que reflejaban las preocupaciones de quienes votaron “No”. Al día siguiente, muchos colombianos nos despertamos con el anhelo de poder pensar en un mejor arranque del 2017.
Y cuando pensamos que lo más difícil había pasado, nos encontramos con un reto aún mayor: la implementación. Los desafíos que se vienen para el nuevo año son grandes y los colombianos no podemos ser inferiores a la responsabilidad que como sociedad tenemos con las nuevas generaciones.
El balance de ponerle fin al único conflicto armado interno que persiste en América empezó a dar sus primeros grandes frutos en este año. Esto debería alentarnos a seguir soñando y trabajando por un nuevo país.
En 2011 el Hospital Militar atendió 424 uniformados como consecuencia del conflicto armado. Por el contrario, en 2016, fueron atendidos 31 uniformados, es decir 7,3% de los atendidos hace 5 años. En 2011 fueron 233 uniformados heridos como consecuencia de minas antipersonal. En 2016 el número se redujo a 20.
En el 2011 murieron 132 civiles en combates y acciones ofensivas con participación de las Farc. Hasta el pasado agosto, según base de datos del CERAC, no murieron civiles como consecuencia de las mismas acciones.
De igual forma, el programa piloto de desminado acordado en La Habana y que empezó en la vereda El Orejón (Antioquia) logró la desactivación de 46 artefactos explosivos, despejando así 19.849 metros cuadrados. Situación esta que genera grandes alivios en una población sitiada por el conflicto armado.
Este es el comienzo del fin de más de 5 décadas de guerra entre colombianos y yo no lo quiero borrar de mi mente. No quiero que en el Año Viejo se queme la esperanza de quienes sufren esta guerra todos los días. Saber que las madres de nuestros militares y policías no estarán llorando a sus hijos, ni que las madres de los guerrilleros tendrán que hacerlo, me ilusiona con la implementación del Acuerdo.
Cada vida que se cuide con este proceso de paz es la recompensa al sacrificio que como colombianos debemos hacer para dejarles a nuestros hijos un mejor país. Que el nuevo año llegue cargado de mucha construcción de paz.
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