El experimento se hará en Gotemburgo, la segunda ciudad más importante de Suecia: durante un año, la mitad de los trabajadores estatales reducirán su jornada laboral de ocho a seis horas diarias -recibiendo el mismo sueldo, eso sí- con el fin de determinar si ese simple decreto ayuda a mejorar el nivel de vida. "Esperamos que la gente se sienta mejor física y mentalmente después de tener jornadas más cortas", dijo a la prensa el alcalde de la ciudad, un tal Mats Pilhem.
A simple vista suena genial. Pero no es tan fácil, digo yo, si miramos bien cómo funcionan las cosas hoy por hoy. Pensémoslo así: embarcados como estamos en esta frenética carrera por tener éxito, cada vez nos queda menos tiempo para esas pequeñas cosas que hacen de la vida, la vida (y valga, sí, la redundancia): compartir con los amigos, charlar, tomarse un trago, caminar y todo ese largo etcétera de placeres simples. Suelen decirnos que la única forma de alcanzar el éxito consiste en trabajar duro -y tienen razón-, pero olvidamos una regla básica: si solo nos dedicamos a nuestras labores, ¿cómo disfrutamos del resto?
La propuesta del señor Pilhem parece una locura. Suena extraño trabajar menos en una época en que el tiempo libre es visto con desidia y en la que es casi un sacrilegio tenerlo; en realidad, hoy solo se acepta si viene después de un trabajo duro: como fin de semana luego de cinco días agotadores, o como vacaciones anuales en las que tampoco descansamos demasiado pues nos dedicamos a recorrer, en tiempo récord, un número inconcebible de ciudades. Vivimos en una sociedad en la que el ocio, estar sin hacer nada, nos produce culpa. "Haga algo", "ocupe su tiempo", nos dicen, y nosotros, temerosos de estar malgastando la vida, corremos a llenarlo de cualquier manera para sentirnos un poco mejor.
Y aunque proponer menos trabajo suena rarísimo, en el fondo podría ser lo más sensato. No se trata de un capricho de europeos perezosos -aunque también- sino de una propuesta para quitar el pie del acelerador, bajarle a las revoluciones y ganar un poco más de tiempo para vivir, que es en últimas lo que se nos escapa por andar imbuidos en el trabajo. Disponer de más tiempo es casi una proeza, sobre todo por estos días en que los teléfonos inteligentes nos mantienen pegados a nuestros problemas cotidianos, y sentimos la irremediable tentación de tuitear lo primero que se nos pasa por la cabeza. Pero, ¿y si lo tuviéramos? ¿Seríamos capaces de intentarlo? ¿O acabaríamos pidiendo a gritos que nos pusieran otra vez trabajo porque, al final, no hacer nada nos abruma demasiado?
Ya sé lo que estarán pensando: suena todo muy romántico, sí, pero a fin de cuentas Suecia es otra historia. Y es cierto. Así que mejor pongámonos a trabajar.
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