En un libro lindísimo que se llama Casa de las estrellas, el poeta y profesor Javier Naranjo hace que los niños -con toda su inocencia y desparpajo- definan ciertas palabras que complicarían a más de un adulto. De todas, dos de las que más me gustan son las de "maestro" y "colegio"; para María José García, de 8 años, el primero "es una persona que no se cansa de copiar", y según Simón Peláez, de 11, el segundo es una "casa llena de mesas y sillas aburridas".
Lo bueno del libro -o lo aterrador, quién sabe- no es tanto lo que dicen los niños sino lo que reflejan sus definiciones: las historias que hay detrás de sus percepciones y los prejuicios que, seguramente, los padres se encargan de comenzar a inculcarles. Las dos ocurrencias de arriba quizás nos hagan reír, pero lo cierto es que tras ellas hay una verdad desgarradora: así estamos acostumbrados a ver, desde pequeños, tanto la educación como a los profesores.
Me dirán que exagero, que son apenas unos niños. Pero no lo creo: entre muchos otros males de este país, la cultura del dinero fácil, por ejemplo, nos ha hecho creer que lo mejor es saltarse ese engorroso paso del colegio y la universidad para volvernos ricos; por supuesto que también están la falta de oportunidades, la necesidad y ese largo etcétera de problemas que aún tenemos por resolver. Pero que aquí la educación tiene un problema lo demuestra el desastroso resultado de las pruebas Pisa, que ubicó a Colombia en el último lugar entre 44 naciones.
Una de las culpas es del sistema, pero también de los profesores. Del sistema porque no enseña a los niños a pensar sino a repetir una cantidad de conocimientos para memorizar, y de los maestros porque a veces, muchas veces, se convierten en personas que no se cansan de copiar. Hagan ustedes la prueba y piensen en sus profesores de colegio o universidad; en mi caso, para no ir más lejos, recuerdo uno de física que nos dejaba un libro con 15 ejercicios de los cuales sacaba cinco para el examen, así que bastaba con hacerlos todos hasta memorizarlos para obtener una buena nota. Una lástima.
Creo, pues, que estaría bien empezar por devolverle a la profesión de maestro la dignidad que ha perdido. Pocas cosas son tan importantes para cualquiera como un buen profesor; aquel a quien después de muchos años uno respeta y agradece en silencio. Aquel que más allá de una cosa puntual -de un problema de álgebra o geografía- nos brinda las herramientas necesarias para enfrentar la vida. Y esos son pocos.
Leía por ahí que el trabajo de los profesores es incierto pues lo hacen para el futuro; quizás la mayoría pasan sin pena ni logra pero, por fortuna, algunos logran quedarse en nosotros -todos tenemos al menos uno, de eso estoy seguro-, y por ellos es que comienza todo. Tal vez, con buenos profesores, algún día lograremos que nuestros niños dejen de ver el colegio como un lugar lleno de mesas y sillas aburridas. Y solo así empezaremos a salir adelante.
Por cierto, casi lo olvido: feliz día del profesor atrasado.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015