Creo que ya lo he dicho muchas veces, pero quién no se repite: una de las cosas más aburridoras de las redes sociales -y sé que tienen otras muy buenas- es lo que podríamos denominar "el síndrome de los golpecitos en la espalda", un mal que se da generalmente entre amigos y colegas que practican la misma profesión. Periodistas, digamos. Escritores. Artistas. Gente cuyo oficio consiste en crear. El síndrome no es otra cosa que ventilar en público la mutua admiración, con frases grandilocuentes ("la columna del gran _____), abrazos gigantescos y términos como "imperdible", "magnífico" o "grande".
En fin, yo mismo he caído en ese juego más de una vez y créanme que no me hace mucha gracia. No digo que siempre sea malo, tampoco; a veces el elogio se siente sincero, y en ocasiones eso se agradece: uno encuentra cosas invaluables gracias a las recomendaciones. El problema es cuando se vuelve una cuestión habitual; cuando ya sabemos quién va a recomendar qué, o cuándo lo que sea que fulano escribe recibe los mismos elogios una y otra vez.
Es una lástima que eso suceda, cada vez más, con las reseñas de libros. Pongo este caso; o mejor dicho, mi caso: en los últimos meses he estado tentado a comprar tres novelas de escritores colombianos pero no he podido encontrar una sola reseña sincera sobre ellos. Miento: busqué otra vez en Google, página tras página, y sólo encontré una sobre El mundo de afuera, de Jorge Franco. El resto son esa mezcla de reportaje al autor con la información de contratapa que se da en todas partes: la novela es esto y esto, y este escritor es lo mejor que le ha pasado al país en años.
Pero nadie dice, en ninguna parte, si el libro lo emocionó o se le hizo una mierda (y que a alguien así le parezca no quiere decir que lo sea, pero igual vale); si los personajes se le quedaron después de cerrarlo, o si, por el contrario, lo aburrieron hasta el punto de dejarlo empezado. Nadie parece ser capaz de ir más allá de lo políticamente correcto, porque decir que algo de los amigos o colegas no nos gusta parece que está mal. Y en medio del mutuo elogio, las recomendaciones, los comentarios lisonjeros y las palmaditas en la espalda, uno se queda sin saber lo más importante: ¿qué impresión, en verdad, les dejó el texto?
No sé ustedes, pero yo no termino de acostumbrarme a esos golpecitos en la espalda; me aburre tanta apariencia y que nadie sea capaz de decir su verdadera opinión. Pero qué le hacemos: así son las cosas. Yo, mientras tanto, seguiré esperando a que llegue esa reseña que me antoje de verdad antes de llevármelas. Aunque sean tremendas novelas, vaya uno a saber.
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