Puede que no decidan nada, pero al final las redes sociales resultan un buen termómetro para entender cómo se comporta la gente en materia política. Y así, a simple vista, es fácil distinguir tres tendencias: los apáticos –que son mayoría–; los que tratan de ser racionales –que son minoría–, y los fanáticos de izquierda o derecha, con los que resulta casi imposible tener una conversación. (Un paréntesis: mientras hablaba sobre las elecciones con un amigo Uribista llegó un punto en que él, exasperado, concluyó que en materia política y religiosa "nunca será posible ponerse de acuerdo", como si uno al conversar tuviera que llegar a una sola conclusión o imponer su punto de vista).
El caso es que cada que se acercan unas elecciones, las redes sociales se vuelven un campo de batalla en el que los fanáticos hacen su agosto. Y no hay nada peor que alguien enceguecido por creer que lo que dice y piensa es la verdad absoluta: lo que yo proclamo es ley y el que no está conmigo está contra mí (que es lo que lleva años enseñándonos el ex presidente Uribe). Uno tiene que morderse la lengua una y otra vez para entrar a debatir con un fanático, y repetirse, mil veces, que de nada servirá: en últimas cualquier intento de argumento sólo reforzará lo que creen de antemano y nada pondrá en duda su fe inquebrantable.
Yo tengo varios en mis contactos de Facebook. Uno de ellos escribió hace poco la siguiente perla: "Necesitamos un presidente caldense… caldense que no vota por caldense, NO es caldense". ¿Qué puede responder uno a esa lógica obtusa? De nada vale argumentar que nacer en un lugar cualquiera es un simple azar del destino, o que, como dice Cela, "el nacionalismo se cura viajando" (en este caso el regionalismo, que es un mal menor, pero mal al fin y al cabo); de nada vale, digo, porque la pelea está perdida de antemano. ¿Si uno no vota por caldense no es caldense? Bueno, pues qué le vamos a hacer.
El caso es que, al final, los comentarios en las redes demuestran lo poco preparados que estamos los colombianos para la paz. No se trata de firmar sólo un papel, por supuesto: no seamos tan ingenuos. El problema de este país es mucho más grande que un grupo insurgente sin ideales y pasa, entre muchos otros, por el narcotráfico, la educación, la desigualdad y la pobreza. Pero firmar un acuerdo de paz, si bien no nos va a dar la tranquilidad que soñamos, es un gran primer paso.
En fin: basta darse una pasada por las redes sociales para ver que muchos de nosotros ni siquiera parecemos querer la paz. Es así. Parece muy obvio, muy tonto, pero a lo mejor es bueno empezar desde uno mismo: bajarle a los odios, a los fanatismos, a las pasiones y entender que puede haber otro punto de vista. Tan sencillo como eso. Ah, claro: y pensar un poquito antes de oprimir el botón de "publicar".
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