Uno de los actos de mayor reconciliación en la historia de la humanidad, será el encuentro entre el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama y el primer ministro del Japón Shinzo Abe, en Pearl Harbor, base militar de los americanos destruida por la aviación nipona el domingo 7 de diciembre del año 1941, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Transcurrieron más de siete décadas, para ver a dos representantes de estos países flagelados por la barbarie, el horror de la guerra y la violencia desgarradora, sentarse a dialogar, a pedir y ofrecer disculpas por los actos y decisiones tomadas por los líderes de esa época.
Cuando se estudia la historia y los fenómenos que han marcado el desarrollo del mundo, se encuentran justificaciones de parte y parte. Estas explicaciones en esa época tenían validez, pero conocidas hoy otras versiones, debemos hacer algunos reparos y después algunos cuestionamientos.  Para entrar en contexto de una manera simplificada recordemos: Japón con su fuerza aérea, ataca sorpresivamente la base militar que tenía Estados Unidos en Hawai, sin informar acerca de la declaración expresa de guerra a su contrincante, como lo señalan los protocolos de los conflictos entre países. Como resultado, el fatal ataque deja 2.403 militares y 55 civiles muertos; 1.178 militares heridos, 353 aviones de combate devastados y un significativo número de barcos, submarinos y acorazados fuera de servicio. Curiosamente el botín de asalto buscado por el emperador Hirohito, lo representaban tres portaaviones como objetivo principal; estos se salvaron por estar fuera de la base naval y distantes del curso de la invasión.  Los expertos y analistas califican dentro de los protocolos del Derecho Internacional Humanitario el hecho anteriormente resumido como un acto de guerra, en el cual se involucran dos Estados con sus fuerzas militares y su poderío bélico.
Posteriormente, el 6 y el 9 de agosto de 1945, el presidente de EE.UU. Harry Truman y un grupo asesor, deciden arrojar dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, donde mueren 140.000 y 80.000 japoneses respectivamente. Quedan más de 100.000 heridos, con lesiones y quemaduras por radiación y patologías asociadas con el cáncer. Como se puede ver, allí se atentó contra la vida de ciudadanos indefensos, niños, mujeres, ancianos y hombres no combatientes. Los Derechos Humanos son claros en reconocer como un atroz crimen de lesa humanidad, la violación deliberada de la vida de una población indefensa cuando hay intención criminal.  Además el DIH es reiterativo en diferenciar a la comunidad civil, de los combatientes. Recuerda que los ataques, si se presentan, deben estar dirigidos contra las tropas y nunca contra la población civil.  En 1907, el Reglamento de La Haya prohibió atacar o bombardear ciudades, aldeas, edificios no defendidos ocupados por civiles no combatientes. Uno de los puntos cardinales del DIH, es el principio de inmunidad que se le otorga a los ciudadanos identificados, para que no vayan a ser sujetos de ataques.
Queda amigo lector a su criterio analizar los hechos narrados sucintamente, donde con sorpresa las cosas no parecen ser como las cuenta la historia. Usted y su conciencia serán los jueces. Sin embargo, en un acto de suma grandeza, dos hombres en representación de sus naciones, se encontrarán para pedir y ofrecer disculpas, perdonar en nombre de los pueblos que fueron agresores y agredidos, darle ejemplo al mundo de cómo se logra un verdadero indulto moral, mostrar la voluntad de curar las heridas aún sangrantes; acercar dos naciones con etnias, culturas y costumbres bien distintas, pero con cosas en común: La capacidad de sobreponerse ante la adversidad, el perdón y la reconciliación.