Los economistas ahora usan el término polarización para referirse a la excesiva concentración de la riqueza y del ingreso en manos del uno por ciento o incluso del uno por mil. Thomas Piketty muestra claramente cómo durante tres décadas a partir de 1945, la desigualdad en los Estados Unidos se mantuvo en un nivel muy inferior a la del período 1910 - 1940. Desde fines de los años setenta, la concentración del ingreso y la riqueza han aumentado dramáticamente en ese país. Por un lado, la brecha salarial que separa a los altos ejecutivos de las grandes compañías del resto de los trabajadores, se ha ampliado mucho más allá de lo que podría ser explicado por diferencias en productividad. Por otro lado, los retornos al capital (beneficios, dividendos, intereses, rentas) han aumentado a una velocidad mucho mayor que la tasa de crecimiento de la economía, lo que constituye, la ley fundamental de la evolución de la desigualdad en el largo plazo, no solo en Estados Unidos.
La polarización económica, está claro, tiene consecuencias políticas. El lobby de las grandes firmas ante las corporaciones públicas para moldear la legislación a su favor y capturar áreas o decisiones clave de política pública, ha venido erosionando -en varias democracias- la confianza de la gente en las instituciones políticas tradicionales (el “establecimiento”). Los ciudadanos perciben que sus preferencias se ven cada vez menos reflejadas en las decisiones de sus representantes y que a su vez, éstos rinden cada vez menos cuentas ante la ciudadanía. En 1999 el gran filósofo estadounidense, John Rawls, lo puso en términos muy claros: “Cuando los políticos dependen de sus electorados para la financiación de sus campañas y el contexto global está marcado por una notoria desigualdad en la distribución de la riqueza y por una alta concentración de poder en las grandes empresas, ¿Deberíamos sorprendernos de que los proyectos legislativos sean redactados por los grupos de presión y el Congreso se convierta en un mercado en el cual se compran y se venden las leyes?”.
Las fuerzas detrás del resultado electoral del pasado ocho de noviembre en Estados Unidos se han venido incubando por décadas. Aunque el liberalismo económico ha estado tradicionalmente en el corazón de la agenda republicana: reducción del gasto público, menos impuestos para los más ricos, menos regulaciones y políticas de liberalización comercial; esta vez el voto republicano ha sido leído como una expresión de rechazo a la globalización neoliberal. No fueron los demócratas los que canalizaron en esta ocasión la frustración y la ansiedad de amplios segmentos del electorado (aunque no debe olvidarse que Hillary ganó por un estrecho margen en el voto popular), sino un discurso proteccionista, ajeno a la propia tradición republicana. Un discurso que además supo capitalizar la erosión de los valores liberales que se viene gestando desde hace tiempo en ese país.
Desde los años setenta, el ritmo de crecimiento económico de Estados Unidos no solo ha sido inferior al de la llamada Edad de Oro (1945-1973), sino que la dispersión de los beneficios de ese crecimiento entre amplios segmentos de la población ha sido mucho más restringida. Al no tratarse de una prosperidad ampliamente compartida como lo fue la de los años en los que avanzó la agenda por los derechos civiles en ese país, el crecimiento perdió su capacidad para promover los valores liberales. En su libro “Las Consecuencias Morales del Crecimiento Económico” (2005), Benjamín Friedman señalaba que el auge de la xenofobia, el racismo, la intolerancia y el rechazo a las acciones afirmativas a favor de las minorías en Estados Unidos, puede explicarse en parte por la persistente caída en las expectativas -desde mediados de los años setenta- sobre si el nivel de vida de los hijos podría llegar a ser al menos el mismo que el de los padres. El ocho de noviembre podría no reflejar tanto la crisis de la democracia en sí como el creciente divorcio entre liberalismo y democracia alentado por el debilitamiento del vínculo entre democracia liberal y bienestar. Esa triada: polarización económica, incertidumbre sobre el bienestar y erosión de los valores liberales es, por supuesto, algo que también podría ensombrecer peligrosamente el panorama político colombiano.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015