Cuando murió mi esposo busqué diferentes formas para ayudarme a superar el profundo dolor, la tristeza y el miedo que me generaron su enfermedad repentina y su muerte. Mi hija en ese momento acababa de cumplir tres años y educarla yo sola nunca estuvo entre mis planes terrenos. Nací en un hogar de padre y madre presentes, tuve el privilegio de tener a mi papá hasta hace unos años y mi mamá todavía me acompaña, así que reconozco la importancia de una educación en conjunto. Y si superar la pérdida del compañero es difícil, saber que el hijo no va a tener ese ser tan importante presente en su vida, es todavía más doloroso.
Entre las muchas terapias a las que asistí, hubo una que realicé con una psicóloga bogotana, que en la última sesión que tuvimos me soltó esta bomba: Beatriz eso era algo que ustedes ya habían acordado antes de venir acá... (Entiéndase nacer). Cuando uno está en medio del dolor y de la rabia, porque literalmente se le desbarató la vida, esa frase no cae muy bien, ese raciocinio no parece lógico: ¿Cómo pude haber planeado casarme, tener una hija y quedar viuda?
El autor Robert Schwartz desarrolla este tema en su libro “El Plan de Tu Alma”. La hipótesis es muy sanadora: Las dificultades de la vida son planeadas, no les vemos el propósito pero lo tienen. Son nuestra ruta de aprendizaje. En este punto coincido totalmente con el autor, pues, ¿qué otro sentido puede tener el dolor, que hacernos mejores personas? Allí encaja la frase bíblica “toma tu cruz y cárgala”, pues al dolor no hay que huirle, simplemente vivirlo en profundidad y sin escapismos (drogas, alcohol, sexo, etc.). Abrazarlo y honrarlo como el gran maestro que es y tratar de pasar la prueba.
En su libro, el autor recopila testimonios de personas que vivieron duras experiencias; madres de hijos drogadictos o discapacitados, enfermos de sida, alcohólicos y algunos, que como yo, tuvieron que vivir el dolor de la muerte de un ser querido. En el último capítulo, para mí el más interesante, cuenta dos historias de personas que sufrieron graves accidentes; una mujer de veinte años a la que se le estalló una carta bomba en la mano y un hombre de apenas 33 años que quedó tetrapléjico por un golpe en una piscina. Ambos lograron darle un profundo sentido espiritual a sus accidentes y, en el caso de la mujer, logró perdonar al hombre que colocó la bomba.
Los protagonistas de las historias de este libro logran trascender el dolor de sus experiencias y encuentran en ellas maneras de superar sus limitaciones como seres humanos: el ego, la falta de amor propio, el juicio y la culpa, entre otras. Todos parecen haber aprendido la lección que de una manera tan profunda expresa el autor: “Cuando retornemos a la vida espiritual, el sufrimiento no será más que un instante y la sabiduría ganada con él será para siempre”.
A mí todavía me falta mucho por aprender, pero al menos he visto como la muerte de mi esposo me ha hecho una mujer más fuerte e independiente; así lo que antes me parecía imposible hacer (criar a mi hija sin un padre, por ejemplo), ahora lo acepto como una realidad inevitable y me esmero por asumir mi labor de madre sola de la mejor manera posible. También me consuela pensar que en algún momento mi esposo y mi hija llegaron al acuerdo de su pronta muerte y que la niña sabía antes de nacer que sería educada por su mamá. Espero estar cumpliendo con mi parte del acuerdo a cabalidad.
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