La melancolía de los feos, el nuevo libro de Mario Mendoza de alguna manera nos devuelve a Satanás. Es una novela escrita en modo negro, en la que alguien busca a alguien y el buscado se comunica de formas misteriosas con el buscador, que además encuentra así las razones para vivir. Dos seres con discapacidades diferentes, el del uno físicas, el del otro afectivas.
Mendoza nos trae un personaje único, obsesionado con superhéroes, no querido por su madre, apenas tolerado por su abuela y su tío, un ser que termina siendo un valiente y al mismo tiempo un marginado, por decisión propia y por recelos de la sociedad.
Sus rasgos físicos lo hacen parecer el pingüino de Dany Devito en Batman, lo que se refuerza con ciertas imágenes como el grabado de Durero, La melancolía, y los nombres de los capítulos: "El hombre-murciélago, El enmascarado se hunde en el fango y Adiós a ciudad gótica. Además, su sentirse monstruoso y marginado a personajes como Jean Beaptiste Granouille, el famoso protagonista de El Perfume de Suskind o el Cuasimodo de Notre Dame. Alfonso también se siente una rana.
El deseo por aventurarse en el mar, por la libertad que da y algunas referencias como la colección de revistas de Tintín, como motor de ese viaje no deja de darme vueltas en la cabeza de que en esta novela hay algo de La carta esférica de Pérez-Reverte, aunque sea solo una influencia, porque las historias distan mucho de parecerse.
Un psiquiatra hastiado de su vida, que apenas si la disfruta y que empieza a andar pasos inciertos a medida que busca a quien fue su amigo de infancia, al que había olvidado y con quien había compartido tanto, ese amigo que lo veía como un ser superior, ese amigo que empieza a dejarle migajas, no de pan como en Hansel y Grettel, sino de palabras, en envíos sin remitente que dificultan seguirles la pista.
Esos textos aparecen allí dando impulso a la narración y permiten hacer las conexiones entre el momento vital que vive el psiquiatra y su obsesión por reencontrarse con este feo que ha caído en la melancolía, que aprendemos en el libro -esa manía de los escritores hoy de tenernos que enseñar algo para poder satisfacer a las masas- es la depresión que invade al mundo de hoy.
Por supuesto, en el camino, historias de amor. Mujeres que se entregan a estos seres algunas sin pedir nada a cambio, ni siquiera el reconocimiento de un hijo. También otros personajes cobijados por la melancolía, como una chica afectada de un mal de vampirismo, que termina mal, aunque encontró en ese otro representante de la minoría marginal a un buen amigo que la entendía. O al novio de ella, un hombre acostumbrado a vivir ligero de equipaje, después de que sufrió en Nueva Orléans el embate de Katrina.
Al final es una obra que habla de finales, el final de algunos por angustia misma, el de otros por estar en el lugar incorrecto y el de otros más porque deciden lanzarse a la aventura conscientes del riesgo de hacer el último viaje, y al mismo tiempo felices de poder seguir la huella de las grandes historias.
La narración en primera persona cansa por momentos, porque se torna reiterativa, en varias ocasiones predecible y puede llegar a aburrir. Obviamente, todos los lectores somos distintos y nos gustan cosas diferentes, así que para que se formen su propia opinión ustedes deben meterle el diente y después hablemos de libros.
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