Al famoso refrán de los economistas según el cual “cuando Estados Unidos estornuda, el resto del mundo se resfría”, parece que le ha surgido una muy fuerte competencia. Ahora el estornudo tiene ojos rasgados y proviene de China, la segunda economía más poderosa del mundo, que tiene con los nervios de punta al mundo entero por las enormes y negativas consecuencias que va a generar la desaceleración de su economía.
Pero, ¿qué ha pasado en China para que hoy su economía no marche bien? Hace algunas semanas ese país vivió la que pudo haber sido la peor caída de su bolsa de valores, en la cual el precio de las acciones de las principales empresas chinas se vino a pique; claro está que unos meses atrás vivió algo parecido. Pero ello es apenas la punta del iceberg, como quiera que es el reflejo de una serie de problemas acumulados durante los últimos años y que tienen al imperio oriental con los motores a media marcha.
Hoy la economía China se enfrenta a una difícil encrucijada, pues además de la dura caída en el precio de las acciones de sus grandes compañías, debe hacerle frente a la disminución de la producción industrial y a unas menores exportaciones; pero la gota que rebozó la copa fue el tsunami económico que ocasionó la reciente gran devaluación de su moneda.
Para dar una mirada retrospectiva a las verdaderas causas del estornudo chino, empiezo por mencionar la decisión que ese gobierno tomó en 2010 de cambiar su modelo económico que anteriormente se basaba en la inversión de grandes capitales y en la exportación masiva de productos. En vez de ello optaron por un modelo que pretende desarrollar el gran potencial que representan los casi 1.400 millones de habitantes que posee China comprando productos propios hechos allí mismo. En otras palabras, el nuevo modelo pretende desarrollar su mercado interno.
Pero como los salarios que se pagaban en China eran bajos, pues no de otra manera los productos chinos pueden ser tan ‘competitivos’, la primera consecuencia del nuevo modelo se tradujo en un incremento en la remuneración de los trabajadores, precisamente encaminada a darles un mayor poder de compra. Es decir, subieron los salarios.
Pero no contaban con la desaceleración de la economía mundial, encabezada por Europa y Estados Unidos, que le ocasionó a las empresas chinas una considerable disminución de sus exportaciones, pues sus principales clientes europeos, americanos y asiáticos les compraron menos. Por ello esas grandes compañías vieron reducidos sus ingresos, incrementados sus costos y por ende reducidas sus ganancias.
Ante tal situación, el gobierno chino decidió propiciar el 11 de agosto pasado una gran devaluación de su moneda, precisamente para que los exportadores reciban más yuanes a la hora de convertir los dólares recibidos por sus ventas al exterior. Pero esa medida fue el detonante para que hace dos semanas se diera el famoso ‘lunes negro’, con la tan mencionada caída de la bolsa de valores china que hizo recordar los dolorosos momentos de las peores crisis económicas que ha vivido el mundo, como las de 1929 y 2008.
La economía china venía creciendo a una tasa del 10% anual. Y después de esta tormenta, se espera que crezca el 6,5% o de pronto el 7%, es decir, a una tasa de crecimiento que es tres veces la de Estados Unidos y por lo menos cuatro veces la de Europa. O sea que a pesar de todo, el crecimiento de su economía ya no será ‘súper espectacular’, sino simplemente ‘espectacular’. Al fin y al cabo un estornudo que tiene al mundo resfriado.
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