Sonia Rocío De la Portilla Maya * smaya@umanizales.edu.co
El estrés se describe como una sensación de tensión y agotamiento que puede estar presente a cualquier edad. Este constituye un problema físico y emocional, cuando el nivel sobrepasa los límites adaptativos, cuando se extiende por tiempo prolongado o cuando se dispara ante estímulos irrelevantes, que activan los sistemas biológicos de alarma para responder mediante la lucha o huida.
Se considera también cualquier experiencia emocional molesta que venga acompañada de cambios bioquímicos, fisiológicos y conductuales predecibles con activación predominante del sistema nervioso simpático.
Cierto grado de tensión emocional puede ser normal, favoreciendo la movilización de recursos necesarios para resolver situaciones novedosas o sortear dificultades de manera más eficiente.
Por el contrario, el estrés crónico acarrea serios problemas para la salud mental y física, tales como: cefalea, insomnio, bajas defensas inmunológicas, mareos, alta presión arterial, enfermedades gastrointestinales o acné, entre otros. En algunas personas, en tanto, se puede empeorar el sobrepeso, por activación de los esteroides suprarrenales.
La ansiedad también puede causar aumento de la ingesta de carbohídratos y glúcidos. Recientes investigaciones en el campo de la pisco-neruo-inmunoendocrinología, han demostrado las rutas biológicas responsables de tales alteraciones.
En cuanto a la salud mental, el estrés crónico se ha asociado con riesgo para los trastornos de ansiedad (fobias, pánico, agorafobia, ansiedad generalizada). Igualmente se relaciona con el riesgo para la depresión y el consumo de sustancias psicoactivas.
Por lo tanto, es prioritario reconocer estos riesgos a tiempo para tomar decisiones sensatas, que promuevan un estilo de vida saludable modificando los factores asociados con sobrecargas innecesarias que impiden una buena calidad de vida. Como estrategias se proponen: la organización personal, la priorización de necesidades, la apertura de espacios y tiempos de ocio sano, el manejo de hábitos saludables, la resolución productiva de conflictos, la comunicación asertiva, el apoyo espiritual y el soporte emocional.
De esta forma, se potencian activamente los recursos neurobiológicos naturales que todo ser humano posee. Es decir, los neurotransmisores del bienestar conocidos como endorfinas, las cuales se estimulan también con el ejercicio físico, la alimentación balanceada, un adecuado patrón de sueño y demás actividades placenteras.
Si después de haber cumplido las pautas anteriores no logra compensarse, es necesario visitar un especialista. Este le proporcionará un tratamiento psicoterapéutico y/o farmacológico, según el caso.
* Psiquiátra psicoterapeuta infantil y de familia – Docente de la Universidad de Manizales.
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