Sonia Rocío De la Portilla Maya * smaya@umanizales.edu.co
La culpa se entiende como un afecto doloroso que surge de la creencia de haber traspasado las normas éticas personales o sociales o de que se ha perjudicado a alguien. Nos hace conscientes de haber obrado mal, propendiendo por una reparación.
En la infancia ésta surge luego de adquirir la conciencia moral, al contrastar los impulsos propios con las pautas educativas del entorno. En este sentido, es un sentimiento sano, pero puede no serlo cuando la culpa es desproporcionada al estímulo o incluso cuando emerge sin causa.
La culpa se asocia con el sentido de responsabilidad social. Al respecto, el famoso psicoanalista Winnicott afirmaba que “todo individuo debería desarrollar la capacidad de responsabilizarse por la totalidad de sus sentimientos e ideas”. Así, la salud mental estaría estrechamente ligada al grado de integración que posibilita asumir esta responsabilidad plena, sin proyectar, justificar o achacar a otros los impulsos o actos destructivos propios.
La oportunidad de reparar los daños causados sana el sentimiento de culpa y favorece un mejor desarrollo de la autoestima y la dignidad.
Pero qué ocurre cuando un grupo social no asume dicha responsabilidad por actos reprobables cometidos. Seguramente al daño físico, lo acompañará un trauma psíquico.
Freud describía que para desarrollarse el trauma hacía falta dos tiempos. El primero, dado por el acontecimiento que desborda la capacidad del sujeto para enfrentarlo y, el segundo, ocurrido cuando dicho suceso impacta en la conciencia y la memoria, volviéndose traumático.
Se podría decir entonces que, en los traumatismos sociales producidos por el terrorismo y las masacres, el primer momento traumático correspondería a las torturas, secuestros, desapariciones etc. El segundo momento, en tanto, estaría dado por la impunidad de estos actos cuando no actúa la ley, pudiendo prolongarse por muchos años y posiblemente, dejando secuelas irreparables en las víctimas. Sin embargo, la justicia procuraría reparar el daño moral y psíquico de la víctima restaurando la verdad y haciéndola pública para sacarla del ámbito del dolor privado. “Una verdad privada, está privada de verdad”. La verdad de los traumatismos sociales necesita que la sociedad escuche, sostenga, acompañe y comparta.
Comprender y perdonar también son capacidades humanas que pueden transformar los sentimientos de odio en amor, obrar el milagro de liberarnos de la culpa y hacer posible el proceso de reparación.
* Psiquiátra psicoterapeuta infantil y de familia – Docente de la Universidad de Manizales.
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