La agresividad se define como una conducta hostil potencialmente destructora, desplegada ante estímulos que causan frustración, miedo o ira. Mientras que para Freud, ésta hace parte de los instintos del ser humano como respuesta a una carga fisiológica excitatoria que urge expresarse de una u otra manera, para Konrad Lorenz la agresividad en las especies solo se despliega ante situaciones amenazantes para la supervivencia.
Seguramente hablaban de dos de sus componentes normales: uno de ellos, representado por el comportamiento combativo, adaptativo, que mueve a la acción y el otro, como mecanismo de defensa que cesa cuando desaparece la amenaza. Sin embargo existe otro tipo de agresividad insana, más bien catalogada como violencia. Esta es una conducta orientada a dañar, una fuerza movida por una pasión ávida de destrucción, registrada en las guerras, el vandalismo y la devastación.
Tanto las pasiones buenas como las malas intentan dar sentido a la existencia, pudiendo estar al servicio de la destrucción o de la construcción. No todos los seres humanos responden a los mismos estímulos, ni de la misma manera. Según Bandura, en su teoría del aprendizaje social, la diferencia estaría mediada por la influencia del entorno y del aprendizaje.
Por su parte, Erick From, en el libro “Anatomía de la De la Destructividad Humana”, afirma, que con el avance de las generaciones, los hombres se comportaran peor. La violencia crecerá en torno a la lucha por el poder, que puede llegar a ser a desmedida y usada masivamente para destruir.
La violencia se produce al identificar al otro como enemigo ocurriendo una desvinculación afectiva, una deshumanización de la víctima, a quien se asume como un “objeto” cualquiera sin valor, así sea momentáneamente, neutralizando así, los sentimientos de culpa. Podría generalizarse en comportamientos de xenofobia, fundamentalismo, o discriminación.
Cómo contener esta fuerza destructiva? La solución es compleja. Quizás intentando transformarla mediante el despliegue de acciones sublimes, que permitan reconducir tal fuerza, dando un sentido superior de la existencia. Es preciso buscar un objetivo colectivo capaz de crear identidad compartida entre grupos en disputa, compartir tradiciones y valores, afianzar lazos sociales tolerantes, capaces de trascender las debilidades humanas, ejercitando la solidaridad, la cooperación, el respeto mutuo y el perdón, para propender por la paz y la sana convivencia.
*Psiquiatra psicoterapeuta. Infancia, adolescencia y familia y docente U.M.
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