Una de las emociones que más perturba en las experiencias de duelo es la culpa, que se convierte en una fardo duro de cargar, diversas imágenes se cruzan por la memoria, configurándose en testigos de actos, palabras, gestos que tienen implícitas invitaciones para reflexionar acerca de las relaciones afectivas y del tiempo vivido con calidad.
Mariana llora en el funeral de su padre y comenta que además de su dolor, siente remordimiento porque su trabajo, los amigos y la rumba, la mantenían ocupada y alejada de él, jamás pensó que sus dolencias fueran importantes; según ella, siempre andaba quejándose y cuando se fue poniendo más enfermo hasta el día que murió, no hubo tiempo para las palabras, ni la ternura, ni tampoco para arreglar todos esos asuntos que de manera especial, a ella le quedaron pendientes.
Se vive con tanto afán, que muchas personas carecen de tiempo para las cosas esenciales, y aunque para cada ser humano lo fundamental puede ser diferente, hay momentos trascendentales que están signados por el respeto y la empatía con la que se aborde alguna situación específica.
Algunas personas consideran que el nacimiento de un hijo es la parte más importante de sus vidas; cuidar, proteger, educar, formar, les hace sentir vivos, importantes, necesarios y consideran que en ese papel, han aprendido a dar lo mejor de sí mismos.
Rita, expresa que sus momentos memorables están al lado de su pareja, siente que en su compañía ha construido lo mejor de su vida, sueños, e ilusiones, todo esto lo ha tejido a su lado, con su apoyo y cumpliendo con responsabilidad los acuerdos que al iniciar la relación, ambos convinieron como una forma de protegerse y proteger la relación. Afirma que aunque sus amigas la han criticado por esta manera de asumir su relación, considera que nada le genera tanta paz como ésta de sentir que sus logros y aspiraciones los ha conquistado al lado de su pareja.
Ancizar vive con sus tres hijos, un día su pareja decidió irse, quería ir por el mundo, tener aventuras. Ancizar confiesa que para él al principio no fue fácil, desde levantar a los hijos para ir a estudiar, hasta estar pendiente de las tareas, reuniones de colegio, las salidas de fin de semana, hacer deporte, recoger a la hija a la salida de algún evento, estar atento a las labores domésticas, muchas cosas cambiaron. Tantos roles asumió que cuando mira hacia atrás se siente satisfecho, han pasado cinco años y hasta ahora su hogar marcha bien, cada cual sabe de sus responsabilidades y aunque le ha tocado a veces empujar para alcanzar algún logro, otras en cambio ha quedado sorprendido por las actitudes de sus hijos. Con orgullo afirma: “hemos sembrado y entre los cuatro también hemos recogido”.
Ricardo, se enfrentó desde muy niño a la soledad, aunque sus padres estaban vivos, y eran responsables en lo económico, habían construido un mundo aparte solo para ellos, dónde él no cabía, los abuelos eran cuidadores siempre los fines de semana y a veces en ocasiones cuando salían de viaje a lejanos lugares donde Ricardo no era invitado; siempre había una excusa: el colegio, los costos, que ellos debían descansar, en fin. Un día la mamá enfermó y posiblemente en la soledad del hospital le dio por arreglar los asuntos con el hijo y se encontró con una montaña de rencor difícil de derribar.
Mariela, llevaba años sin venir a la ciudad, se había radicado en la costa porque le hacía bien a su salud, solo viajaba en alguna navidad y se le notaba que no disfrutaba de estos viajes, siempre estaba pensando en el regreso; sus padres y hermanos ya le eran extraños y ajenos, sentía que no era parte de este nido, un día su madre enfermó y ella no quiso verla, ni ayudar en su cuidado, decidió quedarse con el recuerdo de la salud y de la vida, a pesar de que se madre la llamó varias veces se negó a viajar para acompañarla en esta vicisitud.
Estos fragmentos de vida tienen una intención simple, invitar a los lectores a evaluar sus relaciones, sus acciones, e intenciones y a reflexionar sobre sus vidas, y cómo sus actitudes y emociones se tejen o destejen en los vínculos con los demás. Qué tal pensar que siempre se puede dar más, y que ese más no tiene costo económico, mejor aún si obtiene ganancia emocional. Pensar en los otros, dejar el egoísmo, dejar de restar y aprender a sumar y a multiplicar. Multiplicar los actos solidarios como la ternura, el respeto, la empatía, la generosidad, en fin cada quien sabe que tendría que hacer o transformar, teniendo claro que siempre se puede dar más.
-¿A propósito usted genera en los suyos infelicidad o paz emocional?
*Psicóloga
Profesora Titular Universidad de Manizales
fannybernalorozco@hotmail.com
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