Acompañar a morir a una persona enferma es un acto de amor, muchos especialistas han investigado y escrito sobre este tema que todavía sigue siendo tabú para algunas personas. Al respecto el doctor Schwarcz afirma que la familia y demás personas allegadas a un enfermo deben aprender a “Sostener sin retener y a soltar sin empujar”, una frase que se pronuncia con facilidad, sin embargo llevar estas palabras a la práctica no es tarea fácil.
Por lo tanto, ese proceso de acompañar y atender de manera adecuada las necesidades de quien está enfermo, implica configurar nuevos aprendizajes en las relaciones entre enfermo, familia y cuidadores. Relaciones que por momentos no son fáciles y que en la medida en que el cansancio aumenta y la esperanza decae, se pueden tornar tensas y difíciles, así entonces surgen discusiones, celos, preguntas, reclamos, por motivos que ya el enfermo no está en condiciones de resolver por su misma situación física y emocional.
Frente a tales situaciones, hay quienes comienzan a pedir la herencia y a soñar con ella, hacen planes, se proyectan, mientras otros están invirtiendo el tiempo en apoyar los momentos de dolor y angustia por los que se está atravesando y en los cuales surgen reflexiones y evaluaciones, balances de la vida, que tanto al enfermo como a quienes le rodean, les implica devolver el tiempo y afrontar su historia personal con una mirada diferente.
Y es que si la vida es un reto y un riesgo, aprender a desapegarse para acompañar a un enfermo es todo un desafío. Necesariamente implica estar con una conciencia en alerta constante, y en lo posible cultivar el silencio y la quietud interior, para poder dar lo mejor de sí en estos sagrados momentos, por lo tanto la conexión que se logre es fundamental para que aflore la confianza y la seguridad, valores imprescindibles en esta conmovedora experiencia.
Juan es un hombre de cuarenta y dos años, lleva diez años separado de la esposa y al romperse esta relación volvió a la casa de sus padres, cada uno de ellos comenzó a enfermarse y Juan inició los cuidados; dueño de un negocio propio, podía ausentarse de su trabajo con cierta frecuencia. Poco a poco esta experiencia de cuidar le ha ido cambiando sus pensamientos sobre la vida, el amor, las relaciones. La mamá que no estaba tan enferma como el padre falleció hace 15 días y Juan a pesar de la tristeza refiere que se encuentra contento de haber podido estar apoyando en todos estos días de dolor con amor y paciencia, afirma que dio lo mejor y que esa actitud le ha generado serenidad emocional.
Sin embargo, no todas las historias se parecen. Mariana lleva cinco años cuidando a su padre que en el transcurso de su enfermedad ha tenido diferentes recaídas y de todas ellas se ha levantado, dice que él es un luchador que no le gusta darse por vencido, es terco, obstinado y hay momentos en los que su nivel de tolerancia a la frustración se debilita, ha pasado por muchos dolorosos tratamientos y aunque sigue con esperanza, cuando se siente triste la relación se hace difícil y la maltrata, ha llegado a pedirle que se vaya que quiere estar solo y morirse sin nadie al lado que lo esté cuidando, Mariana por su parte a veces lo cuida de mala gana como respuesta a su enojo.
Estos dos casos, no son tan diferentes a las historias que se viven en muchas familias, con un agravante y es que no es fácil asumir los cambios que acompañan una enfermedad, menos aún si ésta es larga o incapacitante, lo que significa que hay que dejarse hacer y recibir cuidados de las demás personas, aunque para el enfermo pueda ser indigno y hasta humillante.
Todos los episodios relacionados con el cuidado, deben ser actos de amor, ternura y compasión, el enfermo desarrolla una gran sensibilidad y es capaz de darse cuenta, cuando las atenciones son respetuosas y cálidas o cuando están llenas de desagrado o de rabia. Cuidar es un acto de humildad y de amor, es despojarse de ciertos pensamientos que impiden el dar y el compartir, cuidar también desgasta por el esfuerzo físico y emocional, lo que significa que el cuidador requiere de apoyo y de descanso para que el agobio que siente no sea superior a la experiencia que está afrontando, como es la de acompañar a otro ser humano en momentos trascendentales como son la enfermedad y la muerte.
Psicóloga
Docente Universidad de Manizales
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