Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Dos penaltis no sancionados por Óscar Julián Ruiz, en la doble confrontación Once Caldas- Deportivo Cali, contra Alcíbar y Galván, por la final del campeonato del 98, privaron al cuadro albo de una oportunidad más para optar por el título.
Jugaba bien aquel inolvidable equipo. Ruiz es señalado como padrino oficial de Wilson Lamoroux, paisano suyo, personaje que oscurece la credibilidad del arbitraje actual con sus desaciertos continuos, apoyado en la tolerancia cómplice y reiterada de la federación de fútbol, que lo mantiene activo. Al margen de aquellos errores que hicieron frágiles los sueños de triunfo de los manizaleños, y siendo justos, Ruiz fue un buen árbitro, pero su discípulo no pasa de ser una caricatura con el pito.
Lamoroux tiene un amplio catálogo de desaciertos, entre los que se destacan varios contra el Once Caldas, como aquel gol de José Luis Moreno, sin vicios de nulidad, que no validó en el juego contra Millonarios.
Acostumbrado como está, a elegir los partidos del Once Caldas como escenario ideal para sus travesuras con su envenenado pito, volvió a enviar el domingo un mensaje incapaz y provocador, al autorizar el gol con la mano de Luis Páez, de Águilas Doradas.
Lamoroux es actor permanente de las turbulencias arbitrales, lo que obliga al Once Caldas, así sea trámite puro, a enviar una enérgica carta de protesta, por lo acontecido, promoviendo un veto a sus actuaciones.
Lógico resulta decir que el partido no se perdió solamente por el árbitro, porque esta vez al entrenador se le extravió el libreto. Insistir en Arango como piloto central, posición que no asimila, disminuyendo su incidencia en el partido, para jugar sin delanteros decididos, es darle ventajas al rival, en una abierta demostración de miedo.
Los movimientos de jugadores de un lugar a otro en el campo, buscando soluciones a problemas, con improvisaciones continuas, tampoco son recomendables, por lo repetidas.
Las fracturas defensivas reaparecieron y otra vez Henao fue protagonista. Extraer al Pato Pérez, por su manejo de balón y su propuesta clara y creativa, fue un desacierto. El partido no fue bien diseñado. Aunque errático como se ha demostrado, no puede ser el árbitro una cortina de humo para justificar los errores cometidos.
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