LA PATRIA | Bogotá
Fue, Édgar Perea, un hombre singular. Personaje único, salido del mundo variopinto del folclor nacional. Siempre frentero, en ocasiones dicharachero. Prendía su garganta, calentaba estadios y convertía los partidos en eventos de alta intensidad. Fueron tardes y tardes con derroches de pasión, sin discursos blandos, con efervescencia al hablar. Transmitía todo con versatilidad inigualable, apoyado en su labia fácil y envolvente.
Saltaba de un título mundial de Boxeo con Happy Lora, o con Pambelé, a la serie mundial de béisbol con Édgar Rentería. Del Mundial de fútbol en Italia, a la medalla de Bellingrodt en tiro olímpico. Del Tour de Francia, siguiéndole la huella a Lucho Herrera, a los títulos de Junior “tu papá”. Inolvidables fueron sus relatos, en la masacre de Múnich en el 72, al lado de Jaime Ortiz, Javier Giraldo y Jorge Eliécer Campuzano, cuando el terrorismo atentó contra los cimientos del deporte universal.
Los oyentes le seguían o le rechazaban, pero no había espacio para la indiferencia, por su estilo con identidad. Sus descripciones, sus alegatos acalorados, su chispa crítica y su vozarrón intimidante se mantuvieron activos hasta el final de su vida, haciendo caso omiso a las alertas de las enfermedades que lo perseguían.
No fue solo el Negro Perea, como se le identificaba. Tampoco 'el Campeón' como sus amigos lo llamaban y menos 'su excelencia', como algún vez dijo que se le saludara, por su condición de exsenador o exembajador.
Recuerdo cosas buenas, muy buenas de Édgar. Fui su compañero en su última incursión en televisión, en Claro Sports. Ya su ímpetu de hombre crítico, beligerante, de confrontación directa, se extinguía. Pero su huella estaba desde la época inolvidable de la “Polémica en los deportes” de Caracol, espacio nocturno en el que no susurraba en defensa de sus posturas. Al contrario, gritaba en sus arengas regionalistas, sin importar las consecuencias o las vergüenzas de sus contradictores.
Agudo como pocos, trasformó el periodismo deportivo de Colombia con su forma de ver, narrar y objetar. No le quedaba títere con cabeza, así la víctima fuera Junior, su pasión.
Perea no fue un peleador callejero micrófono en mano, como muchos creen; tampoco un provocador sin sensatez, o un manipulador sensacionalista para beneficio propio o de sus dictados políticos. Su agitación al aire, fue la consecuencia de sus emociones desbordadas a favor de todos los deportistas en Colombia y el exterior.
Nunca medias tintas, nunca agua en la boca, nunca verdades sesgadas convertidas en mentiras, nunca obsecuencia con el poder.
En materia de moda, fue un trasgresor. Sus pintas fueron inigualables, hasta que lo devoraron los cachacos con su estudiaba formalidad. Famosas fueron sus camisas, sus vestidos, sus corbatas y su ornamenta en oro, cuando con su astucia radial, doblegaba a los panelistas que enfrentaba, sentado en la palabra, en defensa de su verdad. Perea, siempre será visible en el inventario de artistas de la radio colombiana. Un personaje sin par.
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