Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Recuerdo que temblaba. Quería masajear mi corazón porque latía desbocado. Estaba en fuera de lugar. Se ahogaba la garganta y se humedecían las manos; un algo extraño había en mí: quería gritar y no podía, llorar y no lo lograba, abrazar y a nadie veía. Todos saltaban, gritaban y lloraban.
Permanecí sentado, solo, en trance, perdido en el horizonte. El sueño imposible hecho realidad: Campeones de la Copa Libertadores.
Hoy, 10 años después, quiero revivirlo con gratitud, como homenaje sentido a quienes escribieron la mayor historia deportiva del Once Caldas. Un viaje por el tiempo que emociona tanto como cuando Henao detuvo el último penalti y permaneció arrodillado, esperando a sus compañeros para la celebración infinita.
Desgarrados los periodistas, emocionados, describían el fragor de aquellos momentos. Querían que el reloj se detuviera para perpetuar la conquista. Para no olvidarla jamás. ¿Y cómo olvidarla?
El sentimiento por un título es tan grande, que sobrevive a los ataques del olvido, a las desgracias de la ingratitud, a la indiferencia. Cuanto me gustaría realizar un viaje de regreso en el tiempo, hasta aquel día para volver a vivir aquella memorable hazaña.
Parece que fue ayer la más bella emoción que habita en mi memoria, la mayor felicidad de nuestro pueblo. 10 años que nada son.
Aquel clan de jugadores, de corazón inmenso, redujo las brechas con sus aristocráticos rivales, le dio fragancias a sus goles, se sobrepuso a las argucias arbitrales, a las dudas y a la desconfianza. El Once Caldas fue Colombia para el mundo, rotundo, sin complejos, hasta excitar a partidarios y detractores. Era una nómina de futbolistas discutidos, con inmensos retos, competitiva y ambiciosa. Un grupo coherente y convencido, como sólida unidad que no admitía invasiones tóxicas, ni arremetidas prepotentes de sus adversarios.
Hoy pido la reivindicación de aquellos héroes, sin manchar la historia, así algunos hubieran sucumbido a los fogonazos de la fama y la tragedia hubiera llegado a nuestra puerta con el profesor Montoya, el guía de aquel bello viaje por el éxito, ejemplo actual de coraje, con su espíritu valiente, para sobrellevar sus penas.
Ningún guionista afamado hubiera logrado describir aquella noche de suspenso. Con el ritual futbolero en su esplendor, en juego de luces y de fiesta, estadio lleno y el continente atento. Con el país volcado solidario, con los futbolistas nuestros sacudiendo y aplastando los pronósticos.
Aquel día no lloré, no salté, no grité ni abracé… Hoy quiero hacerlo porque los recuerdos de la copa siguen vagando por mi mente. Perdonen mi inmodestia, pero con orgullo grito que soy como usted, mi amigo, campeón de Copa Libertadores, distinción que irá conmigo hasta la tumba. Gracias Dios por aquella fiesta...
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