Histórico es el adjetivo para calificar el acuerdo de cese el fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, de dejación de armas de la guerrilla, garantías de seguridad y lucha contra el paramilitarismo firmado este jueves 23 de junio entre el gobierno nacional y las Farc en La Habana. Si hace tres, dos y un año el camino de la paz era de gran incertidumbre, ahora no solo un acuerdo con las Farc es irreversible, sino que es relativamente previsible el desencadenamiento de los acontecimientos y las fulminantes consecuencias políticas. Por lo menos, hasta la dejación definitiva de las armas que debería ocurrir hacia el próximo 31 de diciembre o marzo de 2017.
Ello, a pesar de que puede ser problemático la indefinición del llamado día D para el comienzo del cese de hostilidades, pues si se asume como el día de validación del plebiscito sería complicado votarlo con unas Farc aún en armas. Sería como un chantaje. Y si se entiende como el día de la firma del acuerdo final de paz, entonces las Farc estarían haciendo caso omiso al riesgo de la inseguridad jurídica, pues en el acto legislativo para la implementación de los acuerdos de La Habana se hizo explícito que solamente regirá a partir de su refrendación popular. En ambos casos, el despliegue internacional y mediático del jueves solo tendría sentido como un acto para insuflar optimismo y para manifestar avances, pero de un cese que en la práctica se demora.
Pero como un proceso de paz es por encima de todo de construcción de confianza y un fuerte ejercicio político, inconvenientes de esa naturaleza se pueden resolver. Es previsible entonces que la Corte Constitucional declare la exequibilidad de la ley del plebiscito de la paz, que a finales de julio o comienzos de agosto se firme el Acuerdo Final con las Farc y que en septiembre u octubre se valide.
A pesar de la popularidad que ha mantenido Uribe y de las horas difíciles que ha soportado el presidente, el plebiscito por la paz va a significar uno de los pocos y seguro el más importante cuarto de hora para Santos, gestado no solo por su propia persistencia, sino con el apoyo de la maquinaria política y, en particular, de toda la izquierda, incluida las Farc. Aunque las Farc exigieran una constituyente y renegaran del plebiscito -como lo manifestaba en diferentes análisis desde noviembre pasado- no tenían más alternativa que apoyarlo y lo harán con todo entusiasmo, pues su futuro político dependerá en buena parte de una masiva votación en la refrendación de los acuerdos. Uribe, por su parte, la tendrá muy difícil. Las posibilidades del triunfo del no en el plebiscito son mínimas e incluso adelantar una campaña bajo esa bandera puede representarle el suicidio político.
Claro que las opciones que tiene son pocas. Ya parece tarde para montarse en el tren de la paz, al menos por la puerta grande. Eso, sin embargo, en el corto plazo. Porque en un intervalo largo las posiciones se pudieran revertir y Uribe resurgir como el ave Fénix si el posacuerdo resultara en más violencia. Un escenario en todo caso todavía lejano. Por lo pronto, Santos parece comenzar a disfrutar su cuarto de hora.
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