LA PATRIA | Manizales
La violencia del conflicto armado tocó en los años 90 a la finca donde vivían Jesús Antonio Suaza y Zoila Hurtado. A él lo mató un grupo armado que hacía presencia en la zona y ella, con sus hijos salió desplazada por primera vez. Javier, el hijo mayor asumió el rol de jefe del hogar.
Esta es la historia de supervivencia de toda una familia ante los embates del conflicto, el mismo que acabó con la vida del padre de Javier, su tío, su sobrina y muchos campesinos que cultivaban café en medio de majestuosas e imponentes montañas de Caldas.
Desde la finca La Esperanza de donde se vieron forzados a abandonar, hoy relatan el pasado, luego de vivir dos desplazamientos en 20 años. Hoy pueden hablar porque hacen parte del proceso de restitución de tierra, que es una política nacional.
La finca se ubica a 40 minutos del casco urbano de Anserma por carretera destapada, tras pasar por paisajes rodeados de café y viviendas rurales.
Una gran familia
Jesús Antonio y Zoila se conocieron un domingo de mercado y se enamoraron escribiéndose cartas. Se casaron y se fueron a vivir a la vereda Concharí, donde tuvieron siete hijos. Se dedicaban al cultivo, recolección y venta de café.
Llegó a tener unos 60 trabajadores. Con los buenos precios del grano lograron mejorar su economía y pidieron un préstamo con el que mejoraron su proyecto productivo y construyeron la casa de sus sueños.
El padre de Javier amaba tanto su tierra, como participar en una política que apoyara a la comunidad, por lo que se lanzó al Concejo y fue presidente de la Junta de Acción Comunal de su vereda. Era un hombre querido y respetado por todos.
Era la época de la bonanza cafetera, a finales de los años 80, años prósperos para la región. Hubo crecimiento y ganancias para todos. Sin embargo, pronto se empezó a sentir la presencia de los grupos al margen de la ley.
Impacto desestabilizador
Vacunas, extorsiones y amenazas se volvieron el pan de cada día. Las tropas irregulares les exigían a los pobladores comida, ropa y dinero. El papá de Javier se resistió todo lo que pudo a las intimidaciones.
Una tarde llegó un niño con una nota corta, en la que le anunciaban a Jesús Antonio que tenían retenida a sus padres y hermanos, que vivían en una finca vecina y debía presentarse.
Se despidió de todos y pidió que cerraran las puertas. Fue la última vez que su familia lo vio con vida, porque antes de finalizar la tarde se escucharon a lo lejos unos disparos. Lo mataron y fueron dos hermanos quienes hallaron su cuerpo y le dieron la noticia a la esposa.
“Tenía 12 años cuando esto pasó, pero esa imagen es un recuerdo vivo en mi mente, pusieron a mi padre en una de las camas de la casa y mi madre con una barriga de siete meses de embarazo, cambió su ropa y al siguiente día salimos para el casco urbano al velorio. Lo que no sabíamos es que no volveríamos a casa”, cuenta Javier.
Desarraigo y dolor
Javier, su madre y sus hermanos se vieron arrumados en una habitación en el casco urbano de Anserma. El predio, los cultivos y todo lo que tenían en la casa, quedó abandonado. Dos meses después de la muerte de su padre, nacieron las gemelas.
Las difíciles condiciones económicas los obligaron a volver al predio, pero allí las cosas estaban peor, cada día más vecinos y parientes aparecían muertos. Los cultivos poco a poco se fueron perdiendo, así que la madre tuvo que alquilar la tierra y conseguir un trabajo como cocinera para poder sacar adelante a la familia.
La mamá de Javier, una vez más, vio la muerte de cerca pues los grupos al margen de la ley irrumpieron en su casa acusándola de ser informante del Ejército, solamente por tener un celular. Esto hizo que nuevamente la familia saliera desplazada, esta vez de manera definitiva.
El ansiado retorno
Javier creció y se dedicó a trabajar con textiles. Estando en Pereira donde estudiaba, supo que el predio de la familia, aquel que habían abandonado a causa de la violencia 18 años atrás, sería rematado por no pagar el préstamo que en algún momento su padre había pedido para construir la casa y aumentar las cosechas de café.
Preocupado, comenzó a averiguar qué podía hacer para que esto no sucediera y en medio de las averiguaciones se acercó a la Personería y allí le hablaron de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras y de los beneficios que podría obtener si accedía al proceso, dentro de ellos, la exoneración de pagos de préstamos, de impuestos, las garantías de regreso a su tierra y la posibilidad de iniciar un proyecto productivo.
Javier comenzó a empaparse de la Ley 1448 de 2011 y buscó la sede de la Unidad de Restitución de Tierras (URT) para presentar su solicitud. Mientras esperaba que los jueces resolvieran su caso, comenzó a visualizar su vida con el proyecto productivo que recibiría con la sentencia, así que se volvió técnico en ganadería.
Y llegó el 2018, cuando recibió la mejor noticia de su vida: la sentencia de restitución había salido a su favor. “Como dice la película de Will Smith: esta parte de mi vida se llama felicidad, eso fue lo que experimenté cuando me notificaron mi sentencia de restitución, que nos permitiría regresar a La Esperanza, el predio que nos dejó nuestro padre, volver a cultivar y ahora emprender mi proyecto productivo de ganadería, para el que me estuve preparando”, puntualiza Javier.
El proyecto productivo
El predio cuenta con un sistema de pastoreo de ocho módulos en que el ganado se rota cada cuatro días. También tiene fuentes hídricas. Su proyecto productivo generó un cambio en la región. Se preparó para enfrentar todos los retos que surgieran en la cría de ganado y se muestra satisfecho de aplicar n su tierra lo que estudió.
La cifra
1.000 plantas de café y plátano, así como árboles frutales complementan los proyectos de la finca La Esperanza.
Destacado
“Esta tierra es mi ADN, trabajarla y cuidarla es el mejor homenaje que puedo hacerle a mi padre”: Javier Suaza
El dato
Un amigo de la familia que cultivó la finca durante los años de ausencia, también se vio beneficiado.
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