MARTHA LUCÍA GÓMEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Dejó amigos del alma, de esos que lloraron en su sepelio y que mantendrán vivos sus discursos políticos tempraneros, las disertaciones jurídicas, las columnas en LA PATRIA, los siete libros publicados y un fino humor que contrastó con la acidez de sus críticas.
Esta es la herencia del abogado César Montoya Ocampo, sin contar con el amoroso padre que fue y también esposo, abuelo y bisabuelo que dejó un vacío en su familia. Falleció el 3 de mayo en Pereira. Un infarto le suspendió la vida a este caldense nacido en Aranzazu.
Fueron 89 años bien vividos, dicen también sus amigos; aunque la enfermedad lo golpeó en los últimos, pero él con su acostumbrado positivismo no le hizo mucho caso, ni siquiera cuando presintió su partida de este mundo se amilanó. Con valentía escribió del poco tiempo que le quedaba y continuó como cualquiera.
En el pueblo
Nació en un humilde hogar rural de Aranzazu. Su paisano Luis Gonzaga Serna, presidente de la Asociación de Consumidores de Manizales y Caldas, lo conoció de 16 años y desde esa época mostraba la vena política y de buen orador. “Yo tenía más o menos 7 años y él pronunciaba discursos en la plaza pública. Los aranzazunos nos reuníamos frente a él, quien desde un segundo piso hablaba. Le escuchábamos su fluidez y conocimiento de las cosas”.
Estudió siete años en el Seminario de San Pedro (Antioquia), y confesó que se retiró de la vida sacerdotal porque se dio cuenta de que no era su vocación a raíz de unas mujeres muy exuberantes que se asomaban a un balcón frente al seminario. Le dañaron la vocación.
Tuvo que andar descalzo para ir a la escuela. Cuando creció enfrentó rechazos por provenir de familia humilde. Contaba que una vez quiso ingresar al Club Miraflores y le dijeron que no tenía entrada. Su hija Claudia Patricia, la segunda de cinco hijos, dice que el bachillerato lo cursó su padre en Salamina y que, desde muy joven, mostró aptitudes para la política.
“Fue un gran hombre. Papá amoroso y ejemplar, veló por el cuidado de sus hijos. Era muy apegado a su familia y nos transmitió todo lo positivo. Le decíamos: ¿papi, cómo estás?, y respondía: como un rey. Siempre dijo que había que salir con entusiasmo de las dificultades Su mayor dolor fue cuando falleció mi hermano mayor, hace 40 años en un accidente de tránsito”.
Foto | Archivo | LA PATRIA
Se caracterizó por sus discursos y también por ser muy bohemio; enamorado del tango, de las milongas y del fox.
Letras y más letras
El escritor y periodista José Miguel Alzate, también de Aranzazu, compartió con él ideales por la literatura y la escritura. “Fue un amigo de todos los momentos, un consejero espiritual que daba fuerzas para seguir escribiendo. Nunca pensé que iba a tener un amigo con tanto brillo intelectual y un político tan importante”.
Recuerda que ya había tenido dos cirugías a corazón abierto y los médicos le recomendaron irse a vivir a un clima caliente, por eso en el 2010 se trasladó a Pereira. Venía cada ocho días a Manizales a encontrarse con sus amigos.
Lo que más los unió fue su amor por Aranzazu, y Montoya Ocampo lo expresó con su prosa florida que tanto gustó a muchos. “Sus discursos eran memorables. Cuando Aranzazu celebró 150 años, en el 2003, escribió una página muy hermosa hablando, como hijo ausente, de cómo se fundó el municipio, de sus paisajes y de cómo las costumbres antioqueñas lo marcaron. Hombre muy creyente en Dios, de misa cada domingo sin falta”.
Fue un empedernido lector de clásicos. Según Alzate, se leyó el Quijote de La Mancha ocho veces, en ediciones distintas; todas con subrayados en las páginas y notas al margen. “Shakespeare era su autor de cabecera. También le gustaban las biografías. Se leyó seis libros de Napoleón Bonaparte, escribió dos columnas seguidas de él”.
Fue muy sencillo, de vitalidad sorprendente. 15 días antes de morir salía solo a las calles, saludaba a la gente, y todavía conservaba la garganta prodigiosa del buen orador, resalta Alzate.
Destacado penalista
En los años 80, ya casado con Heroína Giraldo, se fueron a vivir a Bogotá desde donde ejerció con éxito su profesión como abogado penalista, egresado de la Universidad de Caldas.
Llevó sonados casos del contexto nacional y con resultados de éxito. Como el de Ulises Betancur, que era dueño de Expreso Bolivariano; o el del banquero Jaime Michelsen, del grupo Grancolombiano, y el de Alberto Santofimio Botero, cuando salió de la Presidencia de la Cámara de Representantes acusado de haberle prendido candela a unas grabaciones. También le correspondió la defensa de narcotraficantes de renombre en el país.
“Fue tanto su prestigio que Juan Gossaín escribió una crónica de tres páginas en la revista Cromos, hablando de sus audiencias. Se llenaba la sala cuando él intervenía. A los estudiantes de Derecho les decían que si querían saber cómo se asumía una defensa en un caso penal fueran a escuchar a César Montoya”, rememoró Alzate.
Otro amigo del alma, Ramiro Henao Valencia, abogado penalista, sostiene que César Montoya fue un hombre importante de la vida nacional. Concejal de varios municipios, diputado, representante a la Cámara, embajador en Bolivia, contralor de Bogotá, director nacional de Instrucción Criminal (lo que es hoy la Fiscalía), fiscal en Manizales, magistrado del Tribunal Superior y columnista de LA PATRIA durante unos 70 años.
“Desde el año pasado él me hablaba mucho de la muerte, la presentía. Y sobre todo este año me decía: Ramiro, estoy viviendo los últimos días, estoy viviendo la ñapa. El último artículo que él escribió se llama Punto Final en el que alude a la muerte”.
Su colega de profesión sostiene que hablaban mañanas o tardes enteras de derecho penal y de política, otra de sus pasiones. La oficina de Henao, en el piso 10 del edificio BCH, era también la de Montoya cada que venía a Manizales. “Tiraba números a ver quién iba a ganar en las elecciones. Cuando empezó nuestra amistad, hace unos 20 años, cierta vez estábamos tomando aguardiente en una cantina. Me dijo: mi esposa tiene un nombre muy feo, se llama Heroína. Le dije: no César, siéntase orgulloso, que la heroína está valiendo más que la cocaína. Luego, cuando quería preguntarle por la esposa, le decía: ¿qué hay de cocaína?”.
César Montoya siempre andaba con un maletín entre sus manos, lleno de libros que estaba leyendo, de documentos y de apuntes. “El maletincito no le faltaba. Cuando llegaba a mi oficina se lo escondía, y él preguntaba si no lo había traído. Yo le decía que no, y él contestaba que se tenía que devolver por el. Entonces yo salía con el maletín y le preguntaba: ¿no le sirve este?”
Foto | Cortesía Ramiro Henao | LA PATRIA
César Montoya Ocampo, Amparo Bermúdez, su amigo Ramiro Henao y Javier Parra en un encuentro en Manizales.
Conservador hasta el final
Fue escudero del Partido Conservador, igual que de sus líderes. Hacia finales de los 60 perdió por dos votos la Contraloría General de la Nación. Era amigo del alma de personalidades como José Restrepo Restrepo, Hernán Jaramillo Ocampo y Gilberto Alzate Avendaño, que lo invitaban a abrir plaza con sus discursos.
Le dolía que el conservatismo estuviera perdiendo presencia en el manejo del Estado. Hablaba de reconquistar a las juventudes para que creyeran en esa doctrina. Una frustración fue no ser gobernador de Caldas, y en broma le echó la culpa al exsenador y actual presidente del Directorio Nacional Conservador, Ómar Yepes. Decía: “Ómar me quedó debiendo la Gobernación”. Yepes asegura que nunca lo oyó que aspirara a este cargo.
“César fue un gran amigo. Lo conocí desde los 60, cuando estaba activo en política, en la línea de Mariano Ospina Pérez y de Gilberto Alzate Avendaño. Era un orador de esos que suelen llamarse florido y de fondo, de ese estilo que llamaron Grecocaldense, de los últimos que quedaron en esa escuela. Me decía con frecuencia, Ómar esta es nuestra penúltima campaña, porque nunca habrá última, ahí estaremos siempre. Espero que si muero antes que tú, hables en mi sepelio. Lo hice, pero tuve que recortar parte del discurso por las lágrimas”, expresa Yepes.
Ambos hicieron correrías políticas hasta este año, por los pueblos de Caldas, en los que pronunciaba sus discursos. Yepes dice que eran tan buenos, que lo ponían en apuros. Al final de sus días, César Montoya ya no aspiraba sino a ayudarle al Partido, lo hacía más como un hobby, asegura su hija Claudia Patricia.
“Lo dijo en varias ocasiones, que moriría haciendo política, aunque los últimos días permaneció mucho tiempo hospitalizado, su corazón ya no funcionaba, pero fue consciente de que le había llegado la hora de partir”.
José Miguel Alzate se sabe de memoria los títulos de los libros que escribió César Montoya. Explica que cinco son recopilaciones de sus columnas en LA PATRIA.
Sinopsis de un hombre público -homenaje a su amigo Ómar Yepes, edición cerrada-.
Prosas para un insomnio
De aquí y de allá
La palabra contra el olvido
Memorias de Juan el ermitaño -autobiografía-
Navegante en tierra firme
Oda a la alegría
* Su fino estilo de escritura y su ideología política hizo que el periodista Óscar Domínguez lo llamara el último leopardo-abogado.
* El Concejo de Aranzazu le concedió la orden de los Fundadores en el Grado de Caballero, por dedicar buena parte de su vida a la investigación de temas literarios y de arte.
* El Directorio Nacional Conservador y los departamentales de Caldas y de Risaralda expidieron resoluciones para exaltar la vida y obra de Montoya.
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