Las Peñas, vereda ubicada a una hora de la cabecera municipal de Neira, es un sitio turístico por excelencia. Es un lugar de encanto y mágico verde, adornado por cascadas y montañas que ofrecen tranquilidad, de esos que los turistas escogen para sentir que renacen.
En ciertas ocasiones los lugares más exóticos y pintorescos encierran historias sorprendentes y dramáticas, algunas con finales felices como el de María Angelmira Grajales, de 62 años, viuda y sin hijos.
Una carta cambió el destino de la señora. A las 10:00 de la mañana del 7 de mayo pasado llegó el mensaje a la Alcaldía de Neira. Un buen samaritano describía la situación de la señora.
La idea, desde esa misma mañana, fue rescatar a la señora. Funcionarios de la Administración Municipal se desplazaron a la vereda. Caminaron entre árboles y matorrales hasta llegar al sitio indicado en la carta.
Impresionados
La primera impresión, a lo lejos, es que se trataba de una finca típica. Sin embargo, la segunda impresión, ya de cerca, impacta a los funcionarios. Lo que parecía un cuarto de herramientas es el alojamiento de un ser humano.
Ellos detallan la morada: “es de una sola planta, su construcción es en retazos de madera deteriorada, su techo es cubierto por plásticos y pedazos de tejas, su piso es en tierra, la puerta de entrada es fabricada con un recorte de lata.
Ellos penetran más en el lugar y aumenta el asombro: "El sanitario está en precarias condiciones, la cocina consta de tres tablas en forma de mesa y un fogón de leña; no cuenta con los servicios públicos de agua, luz y alcantarillado. El dormitorio carece de inmuebles necesarios para reposar en él”.
A ella, de acuerdo con el reporte, la abandonaron sin respeto, sin piedad, a pesar de que no puede valerse por sí misma.
He escuchado decir lo triste que debe ser abandonar a alguien en un tétrico ancianato. Sin embargo, esta mujer fue abandonada en medio del bosque, donde esperaba que la fuerza de la naturaleza y el implacable destino terminaran con su agonía.
El cambio
No todo es tristeza en este relato. En el mismo momento que ella ve a los funcionarios entiende, de manera casi intuitiva, que la van a rescatar. Ruedan por sus mejillas gotas de felicidad al saber que su martirio está llegado al final.
Es como el náufrago que ve un navío en el horizonte, como el cautivo que es liberado, como una mujer que por fin tendrá un lecho cómodo y un descanso hasta el fin de su existencia.
Su única condición para ser sacada del lugar: que la dejen llevar cinco gallinas y un gallo que tenía debajo de la cama, pues dice que son su única fortuna.
Sus salvadores le explican que ahora será llevada al asilo San Vicente de Paul. Eso significa que tendrá comida y una cama cómoda para que pueda dormir plácidamente.
Compartirá con 80 personas, todas desamparadas. Allí gracias a la labor de la institución vuelven a nacer personas que como Mila tienen 64 años, 70, 80 y más.
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