Fotos | Leidy Tatiana Ceballos | LA PATRIA
Naranjas, del surco de Caldas al mundo. Desde las montañas de Caldas, la naranja lleva su sabor al extranjero. Con cuidado campesino y tradición, supera retos para convertirse en símbolo del orgullo colombiano en mercados internacionales. En la finca Santillana de Manizales, campesinos cultivan naranjas que se destacan por su dulzura y jugosidad, contribuyendo al 29% de crecimiento del departamento en la producción de cítricos en la última década.
LEIDY TATIANA CEBALLOS
ESTUDIANTE DE LA ESCUELA DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y PERIODISMO DE LA UNIVERSIDAD DE MANIZALES
¡Hombreee, mucho gusto! Yo soy la naranja y, si hablamos de años, ¡les llevo ventaja a todos! Existo desde hace 20 millones de años, nací allá en el sudeste asiático. Rodé por el mundo y eché raíz en tierras de buen sol, hasta llegar a estas montañas de Caldas, donde me he vuelto bien cafetera y bien jugosa. Eso sí, no siempre fui tan dulcita ni tan llenita de zumo. No, señor, esa vuelta se la debo a las manos de campesinos que, con injertos y mucho cuidado, me han hecho a pulso.
Pa' que tengan claro, los cítricos mandamos en el mercado global. En 168 países ya somos la fruta de confianza. Solo en el 2020, ¡llegamos a 143 millones de toneladas! Según un boletín de la Gobernación de Caldas del 2023, en la última década nos hemos disparado un 29% en producción y la tierra dedicada a sembrarnos creció un 13% en el departamento.
El jugo se concentra en manos de seis grandes potencias cítricas: China lidera con 44 millones de toneladas, seguida de Brasil, India, México, Estados Unidos y España. Juntas producen la mitad de los cítricos del mundo, según el mismo informe de la Gobernación. Yo, la naranja de Caldas, no compito en volumen ni en apariencia perfecta, pero mi fortaleza está en el sabor.
Cada año, Caldas exporta aproximadamente 1.200 toneladas de cítricos, llegando a mercados como el
Caribe y Estados Unidos, según el presidente de Citricaldas, Andrés Londoño.
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La reina de la tierra
En Caldas tenemos la tierra ideal, bien nutrida y trabajada, para que la cosecha sea jugosa y abundante. Todo empieza desde la raíz: “El suelo tiene que estar bien estructurado y alimentado,” me cuenta mi amiga agrónoma Aylin Zamora Berrío. Tiene que drenar bien, pa’ que una no se enferme de las raíces —como cuando ustedes se cuidan con vitaminas y ejercicio, ¡así mismito!—. Para dar lo mejor de mí, necesito una alimentación completa: nitrógeno, fósforo y potasio. Y para que todo esto funcione, el suelo de Caldas es perfecto: tiene que ser suelto y fértil, con buena capacidad para que el agua no se quede estancada. Como cuando ustedes se hidratan bien, pero no se exceden, ¿me entienden? Y, por supuesto, ¡necesito el colorcito del sol! Unas 8 horitas diarias a 25 grados centígrados, ahí al punto, para que una crezca perfecta.
Aunque mi vida suene idílica, también tengo mis desafíos. Y es que no todo es tan fácil cuando tengo que enfrentar a mis archienemigos: la mosca de la fruta y el ácaro tostador, que no dejan de intentar dejarme marchita. Y ni hablar de la Diaphorina citri, con su temido Huanglongbing, el “sida de los cítricos”. Es una enfermedad dura, pero aquí en Caldas me cuidan de maravilla, con caldo sulfocálcico, que es un biopreparado a base de azufre para controlar ácaros. Además, hacen controles biológicos, para mantenerme fuerte, saludable y radiante.
Y aunque tenga mis pequeñas batallas, no es de extrañar que Caldas sea el segundo mayor productor de cítricos del país, solo superado por Santander. Con 8 mil 500 hectáreas que generan empleo constante, las naranjas de aquí sostienen a miles de familias. Y lo mejor es que en el mundo de los cítricos mi calidad no pasa desapercibida. La escala Brix, que mide el porcentaje de azúcar o sacarosa disuelta en un líquido, marca mi dulzura con un 10 sobre 20 y mi acidez y color son inconfundibles.
De todas las variedades de cítricos, soy la reina Salustiana. Pero tengo competencia: la Valencia, que se hace la fuerte y ácida; la Sweety, que es dulce pero básica, por lo que no la exportan, y la Tangelo, que también tiene su encanto.
En la finca Santillana de Manizales, campesinos cultivan naranjas que se destacan por su dulzura y jugosidad, contribuyendo al 29% de crecimiento del departamento en la producción de cítricos en la última década.
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La naranja que conquista el mundo desde Caldas
Aquí somos como una gran familia, todo el mundo se conoce y todo funciona como un relojito. Claro, hay otras regiones que tienen más hectáreas, pero cuando de calidad se trata, no hay quién nos gane. Aquí nos organizamos bien y esa es la clave: el trabajo en conjunto y la agremiación para la exportación. Yo, por ejemplo, salgo derechito al Caribe, sí, pa’ esas islas tan bonitas de Centroamérica, y hasta a Estados Unidos. Cada cosecha es un trabajo duro, porque en marzo, abril, septiembre y octubre, todos se ponen las pilas en la finca y me sacan por montones para llenar esos barcos que van pa’l norte.
Desde Anserma, Manizales y Chinchiná, cada año salen toneladas de cítricos y, con ellas, el sudor de familias que cuidan la tierra desde hace generaciones. En fincas como Santillana y Rocallosa, donde mi amigo Germán Andrés Ceballos lleva ya 12 años trabajando, él dice que estar en una empresa que exporta es como tener un seguro pa’ la vida. “Esos 300 pesitos de diferencia entre vender la fruta aquí o mandarla a los gringos ¡hacen toda la diferencia!”.
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De Caldas a los Estados Unidos: "¡I’m ready for you, gringos!"
Foto | Archivo | LA PATRIA
Cultivo de cítricos en Palestina (Caldas).
Ya cuando salgo al mercado internacional, ¿quién me hace competencia? ¡Nadie más que yo, la reina de las naranjas de Caldas! En Estados Unidos, ya me tienen en la mira. Y no es por presumir, pero con mi cuerpo gordito, y con el toque justo de acidez de 3,63 en una escala de 14, donde 7 es el punto neutro, ¡¿cómo no se van a antojar los gringos?! Como me cuenta mi amigo Camilo Gaviria Gutiérrez, gerente de Packing Parnaso SAS, en Anserma, “la mayor exportación se va para Estados Unidos y el Caribe”. Claro, él me dice que llegar a Europa es un poco más complicado, porque allá tienen sus naranjas de Marruecos, más baratas y con una apariencia estética (sin manchas y más coloradas).
Y como toda fruta estrella, paso por un proceso de primera antes de embarcarme. Desde que me cosechan, me envuelven en tarros forrados con yumbolón, una espuma aislante de polietileno que me protege para que no sufra ningún daño. Luego, llego al Packing Parnaso, la primera planta empacadora y exportadora del corredor logístico de Caldas, donde me seleccionan, me lavan y me enceran para asegurarme una apariencia impecable y una mayor duración. ¡Incluso me toman fotos como toda una celebridad!
Cuando ya estoy lista, me ponen mi etiqueta con el nombre de la finca y me mandan pa’ los contenedores refrigerados, donde me mantienen a una temperatura fresquita, entre 1 y 4 grados, para que llegue bien viva a mi destino. Seamos sinceros, una naranja como yo no va a andar viajando en clase turista, ¡para nada! Yo me voy en VIP, toda preparada para impresionar allá en el extranjero. Y así, llego al puerto, lista para subirme a ese contenedor refrigerado que, según el mercado y la temporada, puede costar entre 18 mil y 30 mil dólares. Me cuenta Andrés Londoño, el presidente de Citricaldas, que desde el departamento se exportan más o menos 1.200 toneladas de cítricos al mes, entre naranjas como yo y unos tantos de esos agrios limones, eso vendrían siendo unos 600 contenedores anuales.
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Los retos del oficio: entre logísticas y predios exportadores
Soy una dama de piel brillante que recorre las montañas de Caldas hasta los puertos de Cartagena, lista para subirme al contenedor y cruzar el charco. Ojo, no es tan fácil como parece. No solo basta con ser deliciosa, para salir del país, también hay que cumplir con los estrictos estándares de calidad y tener todos los papeles al día. Aquí entra el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que se asegura de que todo esté en orden. Como cuando ustedes necesitan un pasaporte para viajar, yo también tengo que tener mi “predio exportador” y mi Plan de Trabajo Operativo (PTO) aprobado.
Ahora bien, el trayecto de la finca al puerto, aunque parece sencillo, se ha vuelto cada vez más costoso. En el 2022, enviar un camión desde el corregimiento Kilómetro 41, allá en Manizales, hasta Cartagena costaba unos 4 millones 500 mil pesos. ¡Hoy esa cifra ha subido a 9 millones de pesos! Como si fuera poco, el puerto, que antes parecía suficiente, ahora está cada vez más congestionado, lo que genera más retrasos y pone a los productores en serios apuros.
Mientras tanto, las limitaciones de calidad se van dejando ver más y más. No todos los terrenos están en su mejor momento, hay muchos que no alcanzan a cumplir con lo que se necesita pa’ exportar. Por ejemplo, uno de los más importantes es tener la finca registrada en el ICA, porque ellos son quienes nos dan el visto bueno pa’ que nuestras naranjas puedan cruzar pa’ otras tierras.
El contexto político tampoco no ayuda. Invertir en el campo se ha vuelto riesgoso, tanto en términos físicos como jurídicos. El ICA es fundamental, pero no tiene los recursos suficientes para hacer su trabajo de manera eficiente en todas las regiones, como lo explica Camilo Gutiérrez. Todo esto convierte el proceso de exportación en un desafío. A pesar de los obstáculos, hay quienes creen que el campo colombiano sigue siendo una fuente invaluable de riqueza y calidad.
A pesar de todo, sigo siendo Salustiana, la reina de Caldas, la naranja que hasta chapurrea 'espanglish' cuando toca. Camilo Herrera, un comprador de Estados Unidos de la empresa Terra Produce, sabe por qué me elige. "Busco una fruta que cumpla con los estándares legales y que destaque por su sabor y calidad", dice Camilo. Él necesita proveedores con infraestructura de empaque y conocimiento de las restricciones para la admisibilidad en su país. Yo cumplo con todo eso y más.
Mi trazabilidad, junto con el cumplimiento de la Ley de Modernización de la Inocuidad de los Alimentos (FSMA), son mi pasaporte hacia las mesas internacionales. Por eso, la próxima vez que tengan en sus manos una de mis hermanas, sepan que llevan un pedazo de esta tierra. En cada gajo, en cada gota de jugo, hay un tributo a la dedicación de quienes trabajamos en el campo. Más que una fruta, somos identidad, esfuerzo y el orgullo de un sabor que habla de Colombia.
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