La guerra o la paz entre el sí y el no
Señor director:
La historia de Colombia se ha escrito con tinta de sangre y nuestras víctimas dan fe de la única herramienta válida para dirimir el eterno dilema entre los oprimidos y los opresores.
La naciente república dio vida a los partidos tradicionales en medio de la confrontación. Luego de la guerra de los Mil Días y de la Masacre de las Bananeras, el magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, en la década de los años cincuenta del siglo pasado, precipitó al país a una lucha sin cuartel y dio origen a las guerrillas comunistas, con actores que fueron excluidos del pacto de no agresión entre los protagonistas del recién fundado Frente Nacional. Años después y en un ambiente increíblemente hostil, se estructuraron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -Farc-, las cuales, como subproducto del pasado violento, tomaron las banderas de la desprotegida clase trabajadora golpeada por los dirigentes de turno, y aprovecharon las condiciones inhóspitas, quebradas y montañosas de nuestra geografía para establecer su reinado en lugares donde el Estado brilló por su ausencia. Estas condiciones hicieron más difícil su exterminio. Con el tiempo se convirtieron en la guerrilla más antigua y violenta del continente, dejando a su paso lugares llenos de cicatrices por una guerra irracional con más de seis millones de víctimas como consecuencia de masacres, ataques terroristas, secuestros, despojo de tierras, desplazamientos forzados, intimidación, incorporación de los niños a la guerra y narcotráfico.
Debilidades por los certeros golpes dados por el Ejército Nacional a su comando central y a sus actividades ilícitas y después de fallidos intentos en la búsqueda de una solución negociada al conflicto promovida por gobiernos anteriores, aceptaron la invitación del presidente Juan Manuel Santos a pactar el cese al fuego e iniciar un proceso de paz que culminó el 29 de agosto, después de cuatro años de conversaciones. A este acontecimiento internacional le siguió la firma de la paz entre el presidente y Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, el 26 de septiembre en la ciudad de Cartagena, y que contó con la veeduría de presidentes de otras naciones y destacados dirigentes de organismos internacionales.
El innecesario plebiscito convocado por el mandatario para el domingo 2 de octubre, como herramienta para refrendar los acuerdos logrados en La Habana y que pretendía no solo sacar del escenario al grupo armado a través de la desmovilización, el desarme y la reinserción a la vida civil, sino también rodear a las víctimas de las garantías necesarias por el camino de la reconciliación, tuvo su revés, pues dicha cita democrática fue castigada con los índices más altos de abstinencia, pasó cuenta de cobro a los intereses de un presidente vanidoso que hizo caso omiso de los errores del pasado y se vio salpicada por una campaña publicitaria de descrédito, alimentada con engaños y mentiras liderada por una clase política derrotada y desgastada por escándalos mediáticos, que aprovechó la débil pedagogía por el Sí y logró confundir a los inocentes electores que, antes de llegar a las urnas, ya tenían el No tatuado en sus mentes como respuesta a una pregunta que no se dignaron leer.
Con el triunfo del No Colombia dio un salto al vacío y muchos quedamos sin aliento, atónitos y desconcertados. Una primera lectura de esta inesperada victoria nos apresuró a afirmar que estos electores tenían espíritu de la guerra, pero después de ver el mapa de resultados entendimos que a pesar de la conmovedora historia de nuestros compatriotas que no tuvieron la opción de elegir su destino, que en todo momento estuvieron en el corazón de las ráfagas y conocieron el monstruo de la guerra desde sus entrañas, aceptaron los ruegos de perdón de sus arrepentidos verdugos, optaron por la reconciliación y dibujaron sobre el Sí, en las urnas, una X de esperanza para poder soñar con que es posible edificar un paraíso sobre las ruinas de la violencia.
Al otro lado de la orilla están los indiferentes y quienes No saben perdonar, simples espectadores del conflicto, que carecen de imaginación, esa capacidad de meternos en la piel del otro, incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el dolor de la pobreza, la opresión, la injusticia, la tortura y la muerte del otro pueden estarla padeciendo ellos en el futuro. La mayoría de ellos No vivieron en carne propia los horrores de la guerra, No presenciaron ni pusieron las víctimas en los ataques terroristas, No fueron despojados de sus tierras, No fueron desplazados, No empuñaron las armas a nombre del ejército o de las Farc y No les arrebató a sus niños de los brazos para que alimentaran la guerra.
El 29 de agosto, el 26 de septiembre y el 2 de octubre son fechas que hacen parte del momento histórico que vive nuestro país, ahora con un inédito y total respaldo de la comunidad internacional que tiene los ojos puestos en Colombia, con movilizaciones promovidas por los jóvenes universitarios en todo el territorio, con un cese bilateral al fuego que no suma más víctimas al conflicto y con una agenda para la fase pública de negociación de la paz con el Eln, en Ecuador. Estos eventos, que están unidos por los lazos de la reconciliación, son una invitación para que el senador Álvaro Uribe Vélez, que tuvo ocho años para aniquilar a este grupo y no le fue posible, dé un paso al lado y permita que la paz resida en el corazón de los humanos, que haya reconciliación con los enemigos y que se cambien las armas por los votos y la guerra por las ideas. Esto posibilitará que nuestro anhelado deseo de paz se haga realidad, se despeje el camino para un mayor desarrollo del país que, sin duda alguna, traerá importantes cambios sociales y económicos que implicarán, a su vez, una nueva y equitativa distribución del poder y de la riqueza.
Orlando Salgado Ramírez
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