Las memorias de Juan Ermitaño
Señor director:
Arropado bajo con el manto de Juan El Ermitaño, el ilustre penalista, escritor y dirigente político, César Montoya Ocampo, desnuda su fructífera vida provinciana, para presentarnos al niño que llegó al mundo en la vereda Buenavista, del municipio norteño de Aranzazu, en un amanecer enruanado con nubes pardas. Narra en poética prosa, como hombres de la talla de J. Emilio Valderrama, Belisario Betancur y Marco Fidel Suárez y -yo agregaría a José Joaquín Montes Giraldo-, vieron también, su luz primera en la provincia y desde allí volaron hacia el escalamiento de las alturas de la fama, de las letras y la política.
Juan El Ermitaño, llegó hasta donde el destino se lo permitió, gracias a su inteligencia y al altanero interés de ser valioso elemento de la sociedad y de sus creencias políticas que ha profesado durante toda su existencia. Le tocó vivir una niñez con limitaciones, arañó la tierra, cargó el azadón, sirvió de garitero, llevó apresurado el almuerzo y la bogadera a los peones de la finca de su padre.
Contó con un abuelo godo hasta los tuétanos, de esos que pensaba que las puertas del cielo solo se abrían cuando llegaban a tocarlas los de la divisa azul, como lo predicaron Monseñor Miguel Ángel Builes y San Ezequiel Moreno y que hoy piensa su seguidor, el ex-procurador Ordóñez. Este don Gregorio, obligaba a Juan El Ermitaño a rezar el rosario todas las noches y cuando el gallo cantaba a las cinco de la mañana, El Ermitaño tenía que estar listo para acompañarlo a misa, seguramente en el antiguo y hermoso templo, donde mi madre recibió las aguas bautismales y los sacramentos de la confirmación y la primera comunión. Nunca ha dejado de ser un enamorado empedernido del sexo femenino; pero decidió abandonar la bohemia, con sus amanecidas. Fueron muchas las veces que con sus cómplices parranderos, escuchando a Los Cuyos, a Carlos Gardel y demás intérpretes de música de despecho y montañera, en Cachipay, vieron aparecer por el oriente al astro rey y engañar, a sus matronas progenitoras, revolcando las cobijas, para que creyeran que sus inocentes y piadosos hijos eran modelos de poner como ejemplo a sus congéneres adolescentes. Ese Juan se graduó de rezandero católico y vistió los hábitos de hermano de las Escuelas Cristianas, con las esperanzas puestas, más que en el servicio a Dios, en los deportes y las comodidades que el hermano, que recorría pueblos y ciudades en la caza de inexpertos jóvenes para enclaustrarlos en sus conventos, les ofrecía.
Después de obtener el título de bachiller académico ingresó a la universidad a la facultad de derecho y allí empezó a sentir vocación por la oratoria y, después de participar en concursos de oratoria en los cuales fue brillante participante, se inclinó por la política. Cuando tuvo en sus manos el diploma de abogado, se vinculó al poder judicial, donde ocupó, muy joven un escaño en el tribunal, sala administrativa, pero esa no era su aspiración y pasó a un cargo como penalista; disciplina en la que se catapultó, como unos de los mejores de Colombia. Su entrada a la vida política no fue por casualidad, desde muy joven según lo manifiesta en su obra, esa fue su vocación, que nunca ha abandonado, se relacionó muy pronto con los más altos jerarcas del partido e hizo a un lado a quienes trataron de impedirle el paso de avanzada, con su talento y su oratoria; recorrió los rincones del viejo Caldas y del país con su maestro y máximo admirador, El Mariscal Gilberto Alzate Avendaño. Este caudillo tuvo en el Dr. Montoya Ocampo a su Sancho, a quien le confiaba los más reservados secretos; lo acolitó en la distribución del Diario de Colombia, periódico fundado por el caudillo. Alzate no ocupó la silla presidencial por la deslealtad de un jefe conservador, Alzate, aunque nunca fue ingenuo, sí creyó en la sinceridad del dirigente nacional de su partido.
Cómo es de agradable leer a este encumbrado escritor. Cómo se aprende en sus lecciones de historia patria y política de Colombia. Recomiendo a los amigos de la lectura darse un banquete intelectual, que con magistral estilo nos ha servido, en sus memorias Juan El Ermitaño.
Fabio Ramírez Ramírez
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