De la razón y la conciencia
Señor Director:
“Lo que fácil llega, fácil se va”. “La conciencia con la razón, da perfecta la opinión”. El estudio, como decimos los paisas, está de moda. Sin embargo, cuando se habla espontáneamente con los estudiantes, mas no estudiosos, es fácil colegir mediante un análisis del lenguaje verbal o escrito que no tienen la con ciencia articulada con la razón frente al rol que debe desempeñar la Educación como fenómeno social.
Algunas de sus respuestas a la pregunta ¿Usted por qué estudia?, son insustanciales, entendibles si se les da una lectura desde las características de nuestros rasgos culturales e idiosincráticos que nos ayudan a comprender su concepción a partir de sus necesidades más inmediatas: “para sacar a mi familia adelante”, “para ser alguien en la vida”, “para no tener que trabajar tan duro como lo hicieron mis padres”, “para ser doctor!”, “para ganar mucha plata”. Conceptos muy apreciables, pero controvertibles. Se aprender a leer y no se lee y si se lee, no se comprende. Si se aprende a escribir, no se escribe y si se escribe, no siempre lo escrito es competente en cuanto que impacte al lector despertando inquietudes intelectuales o de otra índole. Se aprenden las cuatro operaciones básicas de las matemáticas y vaya si las aplicamos.
Nos “enseñan” tantas y tantas cosas (en sentido genérico) que nos quedamos sin saber para qué sirven. El abstracto, supera la realidad cuando debieran equilibrase para llegar al concepto de sabiduría. No hay una exploración de la mina que cada uno lleva en el interior.
Los gobiernos hablan de Educación de Calidad y se sigue llegando a Roma por el mismo camino. Si se propone una revolución en educación, los miopes y pacatos que tienen el poder y que debieran iluminar el camino con nuevos modelos o paradigmas, se escandalizan porque los cambios pueden acabar con sus cómodas posiciones burocráticas como zánganos del sistema.
Se trata de ofrecer una educación subdesarrollada para un pueblo subdesarrollado que no conecte la razón con la conciencia, es decir una educación insustancial, no significativa, que garantice el statu quo como estrategia de seguir llegando a Roma por el mismo camino.
Se estudia como una oportunidad de mejorar para asegurar que un futuro sea mejor, para acceder a un buen empleo y el máximo anhelo, es obtener un cartón que avale idoneidad. Las ofertas van y vienen, aparecen instituciones ofertando programas presenciales, a distancia por Internet y paremos de contar.
Me decía un profesional: “terminé la carrera y no me di cuenta, solo sé que el grado sí fue muy fastuoso”. Las instituciones de educación superior no planifican, continúan ofreciendo las mismas carreras clásicas, tradicionales sin pensar que la oferta supera en un porcentaje muy alto la demanda. No se les ocurre a sus directivos hacer estudios de mercadeo para programar formación en otras áreas que contribuyan al desarrollo de la región.
El estudio, no solamente sirve para tener un cartón. Su funcionalidad trasciende hasta el sentido teleológico implicando aspectos más sublimes como la necesidad innata de saber, de refinar el mundo del intelecto, de servirle a la sociedad y no servirse de ella, de entender el mundo como entidad en lo abstracto y lo concreto como aprendizaje universal, como competencia ético- moral, como algo transformador que ilumina nuestro camino conectando la Razón con la Conciencia. Este sí sería el sentido trascendental de la educación y no la motivación muy nimia y estomacal que conciben nuestros jóvenes como concepto muy subdesarrollado de nuestra pobre educación colombiana.
Elceario de J. Arias Aristizábal
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