El teatro Los Fundadores: propiedad jurídica y propiedad social
Señor Director:
Un teatro, a diferencia de un auditorio, requiere de características, espacios y recursos técnicos (tramoya, luces, sonido, acústica, consolas, camerinos, etc.) que lo hacen apto para representaciones de las artes escénicas: teatro, ópera, ballet, danza, música. Un teatro es, entonces, un espacio de visibilización y apropiación cultural. De otra parte, la construcción y operación de teatros, nunca ha sido vista como una opción de inversión rentable económicamente. Si así fuese, la iniciativa privada asumiría su construcción y explotación comercial. No es así en ninguna ciudad del mundo, con excepciones visibles en ciudades de enormes flujos turísticos, en las cuales grandes salas tienen una permanente dinámica de espectáculos comerciales. La enorme cadena de Teatros de Broadway en Nueva York, con su oferta de espectáculos de musicales dirigidos especialmente a los miles de turistas que la visitan a lo largo de todo el año, es un buen ejemplo de ello.
Ha sido entonces el Estado, a través de las administraciones locales especialmente y en desarrollo de su misión de fomento y salvaguarda cultural, quien ha asumido la construcción y operación de los Teatros municipales o distritales. Por ello, prácticamente todas nuestras grandes y medianas ciudades cuentan con un Teatro o escenario cultural para la exposición de la producción artística de sus creadores y promoción de proyectos socializadores de sus gestores culturales y de las mismas administraciones, como bases de su desarrollo social y la construcción de identidad y sentidos de ciudad, de región y de país. Desde una perspectiva de gestión de lo público esta es, en esencia, la misión de un teatro municipal. Sin detrimento, claro está, de su uso en eventos comerciales (legítimos) y de sus metas de auto-sostenibilidad operativa, pero entendiendo que dichas metas no deben priorizar la generación de excedentes sobre la rentabilidad social. Dicho de otro modo, la auto-sostenibilidad operativa debe conciliarse con los objetivos sociales de una inversión que, en últimas, ha sido posible con los recursos de todos los ciudadanos y ciudadanas de una ciudad. Y, en todo caso, un déficit financiero (dentro de ciertos límites porque tampoco debe entenderse como una cifra desbordada) puede y debe justificarse con indicadores claros y precisos -cualitativa y cuantitativamente- de inclusión social y cultural.
En el caso de nuestro Teatro Los Fundadores, cuando, por razones estrictamente económicas, se dio el debate sobre el traslado de su propiedad a Infimanizales (proceso en el cual el sector cultural tuvo una amplia participación) se insistió mucho en que dicho escenario debería mantener, no solo su nombre, sino, más importante, su vocación cultural. Ello sugiere una reflexión de fondo: la propiedad jurídica de nuestro gran escenario es de Infimanizales, pero la propiedad social del Teatro es de todos y cada uno de los manizaleños, y, muy especialmente, de sus artistas, creadores y gestores sociales y culturales. (Aquí vale la pena narrar una experiencia bien interesante: El teatro Heredia de Cartagena -en cuya restauración esa ciudad y el Ministerio de Cultura hicieron una inversión cercana a los 20 mil millones (más del doble de la realizada en Los Fundadores) había sido entregado para su operación a la Corporación Reinado de Belleza. La alcaldesa anterior -Judith Pinedo, más conocida como María Mulata- canceló el contrato de concesión, organizó una muestra artística local, convocó a artistas y gestores culturales y, palabras más palabras menos, les dijo: “les he convocado para entregarles nuevamente este teatro porque es de ustedes, es de toda la ciudad”).
En otro caso que vale la pena destacar, el anterior Alcalde de Cali (cuya administración fue resaltada por la Revista Portafolio como la más incluyente socialmente del país en 2011) emitió una directriz clara: el déficit del teatro Municipal Enrique Buenaventura no podía exceder, en un año, de 240 millones (20 millones mensuales); y, dentro de ese rango, cualquier cifra debía ser plenamente justificada con indicadores claros y precisos de rentabilidad e inclusión social, vía accesos culturales tanto para artistas como para públicos. En desarrollo de esa política, fui testigo presencial de cómo, en un fin de semana, más de 3.000 jóvenes del Distrito de Aguablanca, tuvieron la oportunidad de conocer, por primera vez, tan bello escenario, en un formidable festival de danzas urbanas. Y, créanme, no hubo ningún hecho que lamentar: solo asombro, alegría y reconocimiento ante la majestuosidad del gran escenario. ¿No es ello un bello ejemplo de construcción de nuevos sentidos de ciudad para nuestros jóvenes?.
La administración de nuestro alcalde (cuya preocupación por el desarrollo cultural o social de la ciudad no ponemos en duda) y el Instituto de Cultura y Turismo (cuyo gerente, siendo director del teatro, adoptó una política flexible en materia de tarifas y accesos a promotores locales, especialmente en producciones que favorecían, vía precios subsidiados o gratuidad, la inclusión social y cultural, y, aún así, logró metas de sostenibilidad operativa) tienen una oportunidad única: convocar a las entidades culturales que han sido usuarias del Teatro a una mesa de trabajo para que aporten ideas, conocimiento y experiencia (que tienen y en buena cantidad) para el diseño de un nuevo modelo de gestión del Teatro Los Fundadores que apunte a potencializarlo como escenario dinamizador de desarrollo cultural y social para la ciudad y la región. Y propongo, para ello, tres referentes a la manera de reflexiones o interrogantes: 1. ¿Es posible conciliar las metas de ingresos operativos con la necesidad de promover más eventos, aún con precios subsidiados parcial o totalmente, para usos y proyectos de interés público? 2. ¿No aportaría lo anterior a procesos de formación de públicos y ello, a su vez y en el mediano y largo plazo, no haría más viables los objetivos de auto-sostenibilidad financiera? 3. Promover, vía inversión de recursos -aún de Infimanizales en el marco de su misión de fomento-, el rescate de eventos y procesos artísticos y culturales importantes que han desaparecido en la última década, ¿no aportaría a un renovado desarrollo cultural de la ciudad-región, el cual a su vez, jalonaría desarrollo turístico, social y económico?
La Gerente de Infimanizales, profesional idónea como pocas en esta ciudad, bien podría, con las otras instancias administrativas pertinentes y en cabeza de nuestro alcalde, aceptar la oportunidad visionaria de este debate, con la participación activa del sector cultural. Hay allí un gran capital social y mucho conocimiento de cómo operan teatros en el país y el mundo. No aprovechar su aporte, crítico pero proactivo y propositivo, no es bueno para Manizales, para su desarrollo y posicionamiento como ciudad de arte y cultura, de educación y conocimiento, fortalezas que le son aún reconocidas, así muchos pensemos que, en materia cultural, el deterioro es tan visible como preocupante.
Efraín Góngora Giraldo
Gestor Cultural
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