Entre desigualdades
Señor Director:
La sociedad civil y el ciudadano silvestre siempre estarán subordinados a la gobernabilidad, mientras los mandatarios tengan el dominio del presupuesto público y el poder político. De otra parte, está la ley y el contrato como otro ingrediente de la desigualdad. El gobernante procura leyes para blindar su poder y beneficiar a sus amigos; cuando sus amigos, están en el recinto de un Congreso, se entrelaza esa relación y se reafirma la beneficencia entre las partes. Es lo que acaba de ocurrir con la reforma a la justicia. Así mismo, acontece en toda la extensión del poder, el mismo comportamiento ocurre en las instituciones, con contratos a todo nivel, como el agro-ingreso seguro-, que lo único seguro que tiene es el ingreso de dinero a los amigos de un Ministro, que precisamente tenía lista la petición de libertad en tanto se aprobara la perversidad de la reforma a la justicia. El favorecimiento por los que votan por un mandatario, genera ese mismo poder mezquino, que en corto tiempo se convierte en pequeñas tiranías de nepotistas y clientelistas. Claro está que en un país de esta naturaleza, apenas resulta obvio que el pequeño líder de base social, diga: Si muchos funcionarios y politiqueros roban, por qué yo no? Luego sobreviene el comportamiento del ciudadano común, que suele instalarse en cualquier lugar del espacio público, porque también cree tener derecho a abusar. Todo se repliega como una peste maldita. Unos roban por lo alto, otros por lo bajo. La sociedad toda es la que pierde, conformándose el “caos social”.
En todo, se nota que el interés individual el que reina, venciendo la supremacía de lo público. Todo es una reacción en cadena, porque cuando esto sucede, no se puede reclamar ni principios, ni ética, ni moral. Todos son culpables y todos son inocentes. Todos pueden lavarse las manos y salir ilesos del escándalo. Tanto en la política como en el derecho, todos perdemos. Termina el país en que todo se convierte en guerra social. El Congreso colombiano, no es otra cosa que el Robin Hood del siglo XXI: Le roba a los pobres para darle a los ricos. Pagamos impuestos, producimos producto interno de brutos, para brutos. Se genera el ponqué para dizque repartirlo equitativamente al pueblo colombiano, el Congreso lo escupe y le pregunta al pueblo: Alguien quiere comer?
A lo último de toda esta mezquindad, no queda sino la catástrofe, de que nos volvemos caníbales, abusadores, ladrones, pervertidos, violadores de los derechos. Todos tendremos la grave excusa: Si los padres de la patria roban, ¿por qué no los hijos?
Enrique Arbeláez Mutis
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