Luego de pasar un par de semanas en Bogotá, mi experiencia con el cine estuvo muy reducida, vi pocas películas, y las que vi no llenaron ninguna de mis expectativas, ninguna fue en sala y los libros que buscaba sobre el tema no los encontré. Lo único fue que por cuestiones de referencias de amigos llegué a buscar películas conocidas comúnmente como “piratas” que venden dentro de la Universidad Nacional sede Bogotá. Lo primero que encontré fue una universidad en vacaciones, pocos estudiantes y visitantes, y muy pocos vendedores, todos apostados en sus senderos con improvisados puestos donde se ofrecían desde minutos a celular hasta almuerzos con un menú muy variado, todo un mercado informal que regula parte de la rutina de los estudiantes.
Mi primer contacto fue algo fugaz, sólo pasé rápido porque me faltaba mucho caminar para llegar a mi destino, pero de reojo vi una película que años atrás había visto en televisión pero que en Manizales no había podido conseguir: ni ‘legal’, ni pirata. Al otro día volví con la intención de comprarla y ahí me quedé un largo tiempo, no porque estuvieran todas las películas que buscaba, o porque el precio de las películas, tres por cinco mil, fuera lo suficientemente atractivo como para llenar mi maletín de ‘huesos’ de películas (aunque si es muy barato), tampoco me quedé porque no tenía nada que hacer. Lo hice porque al acercarme tuve una atención personalizada digna de las mejores librerías del mundo; algo extraño en una ciudad donde cada quien va por su lado sin importar lo que el otro piense.
Con el vendedor entablamos una extensa conversación que la sentí como una clase magistral de cine, no sólo me habló de su negocio, me hablo de cine. Para empezar me explicó como estaban distribuidas las películas que vende, la primera línea, la que queda más lejos al alcance del público, el cine de cartelera, el cine que, o está en salas o acabo de salir y aún no llega, esas son las menos buscadas. Luego me muestra un bloque grande de películas clasificadas por autor, luego las series de televisión y por último lo que ellos llaman cine-arte, estas ocupan más o menos el 80 porciento de la mesa, cerros y cerros de películas que nunca han llegado a las salas colombianas. Cuando le pregunté qué me podía recomendar me vi sometido a una profunda entrevista: ¿usted qué hace?, ¿qué le gusta?, ¿qué director le gusta?, ¿qué genero le gusta?: todo esto simplemente para conversar y mostrarme la variedad de lo que tiene, al final las respuestas y las preguntas puntuales no fueron relevantes, cada una de ella se fue difuminando en la conversación y terminamos hablando de CINE, hablamos de festivales, hablamos de la industria, hablamos de lo local y de lo mas lejano, de terror y drama, hablamos en blanco y negro y en colores ácidos. El negocio ya no existía, ninguno miraba su puesto de venta, sólo de vez en cuando algún transeúnte interrumpía preguntando por algún título en particular, si estaba se hacía el negocio y nuestra conversación seguía. Así por un tiempo indeterminado por la situación qué nos llevó a que los dos sacáramos papel y lápiz para tomar nota de lo que se hablaba.
Escribo esto como reflexión sobre la calle y sobre la rutina de los días, donde de pronto por cosas de la vida alguien inesperado te enseña más que cualquier profesor en un aula de clases, este señor no sabe la técnica, esa que cada vez con la nueva tecnología se permea más, no sabe sobre cámaras ni luces ni escritura de guiones, él sabe de cine, de historias que llegan y comprometen, de diálogos memorables, de directores que dejan huella en cada filme que tocan.
Si quieren acercarse al cine lo pueden hacer por medio de estos personajes anónimos, personas que luchan día a día contra las autoridades, lo que hacen es ilegal: según las leyes le roban dinero a las empresas que hacen el ‘esfuerzo’ de traerlas a las salas o videotiendas. Pero ¿qué hay de ilegal en algo que visto a fondo es un acto de divulgación cultural? Pues sí, la mayoría de lo que venden no ha llegado y no llegará a las salas, en las salas sólo se sabe de perros y crispetas y ‘señor esa no es su silla, por favor muévase dos puestos a su derecha’, de eso sí saben. Y eso no es el cine. Estos personajes de la calle, que ganan muy poco por lo que hacen, le están haciendo el trabajo a quienes deben promover y divulgar el arte en el país, ellos de cierto modo les ahorran esfuerzos y como somos minoría a los que nos gusta este cuento es evidente que las autoridades no voltean los ojos a mirarnos, por parte de ellos no se hacen esfuerzos para que los colombianos apoyemos y exijamos un cine nacional bien producido (por eso es que nadie en Colombia pide un Cine Nacional), cuando exigimos un espacio donde el gobierno sea el encargado de velar por lo menos, porque el cine que se hace en esta tierra sea visto por colombianos y esté en las salas el tiempo suficiente para que pueda convertirse en masivo, el grito es de pocos y los dirigentes hacen como si esos pocos fueran mudos, todas las atenciones se las llevan las grandes producciones de Hollywood que sí tienen montado todo un sistema de divulgación que les permite sostenerse mucho más tiempo en los teatros.
Y no les hablo de ningún tipo de cine, ni de un autor o un género o una productora, les hablo de un arte que cada uno asume y vive a su manera, los llamo para que a quien le interese un poco entable una conversación con cualquiera que esté metido en el medio sin importar cuál sea su lugar de trabajo o si usa corbata, con cualquiera que también le guste el cuento, y las posibilidades de encontrarse con algo mágico crecerán sustancialmente.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015