Lo único que me gusta de la tauromaquia es la discusión que genera, lo que no me hace antitaurino, me hace humano, digamos. Pero ¿qué es un humano, qué nos hace diferentes? Somos organismos vivos, como los perros, los gatos y los toros, como un eucalipto o un guayabo; en eso deberíamos estar de acuerdo ¿cierto, o pareciera que estoy en algún exabrupto? No es que seamos razón y ellos instinto, es que hemos evolucionado de forma distinta, porque como diría mi viejo amigo Sebastián Mendieta "Todos venimos del mismo estómago", la tierra.
!Somos manizaleños, somos taurinos por naturaleza! (será por naturaleza cultural, si es que existe). A otro torero con ese traje de luces que yo soy XL. La cultura no es otra cosa que patrones de comportamiento propios de grupos sociales, patrones que se van modificando con el tiempo y que, por supuesto, no dependen de qué tan conscientes o no seamos de nuestra experiencia en el mundo. La cultura es tan nuestra como nuestro cuerpo, es más, podría argüirles que es metafóricamente orgánica, pero este no es el espacio. Pensémola, sin embargo, como una consecuencia de nuestra humanidad.
Entonces somos antitaurinos o taurinos, al menos en términos de identificación cultural, pongamos costumbrista. Si pasa lo primero: nos molesta que maltraten animales, que los maten, que no se respete el derecho a la vida, nos molesta la violencia, que los torturen, nos molesta la cultura de la muerte, que no se respeten sus derechos… todo nos molesta, todo menos lo que pareciese ser intrínsecamente nuestro. Si pasa lo segundo: nos molesta que no se respeten las tradiciones culturales, que se trate de violencia una experiencia de puro orden artístico, que no se respeten nuestros derechos, que quieran asesinar la cultura, que no se conserven las tradiciones. que no se entienda la idea del hombre en contra de la bestia… todo nos molesta, todo menos lo que pareciese ser intrínsecamente nuestro.
Cosas tan nuestras como comer o beber, destruir el planeta para sobrevivir. Y así pues, en ese entorno tan nuestro, tenemos vegetarianos taurinos, antitaurinos carnívoros, gente que ataca la tauromaquia mientras deja que perros drogadictos y entrenados revisen sus maletas en el aeropuerto, gente que toma leche entera y protesta contra los toros. Así somos, decimos unas cosas y hacemos otras ¿acaso al sacarle la leche al animal no lo estamos “exprimiendo”, acaso al usar bueyes como tractores (hace unos muchos años) no estábamos explotando a esos animales, no los estábamos “herramientizando”? Seamos serios, asumámonos.
Y en el mismo sentido, situándonos en un ambiente más caldense, ¿acaso no comemos gallina despescuezada, acaso el ritual de matarla no es uno de los más nuestros a la hora de hacer un sancocho o un buen sudao’, a la hora de pedir al hijo mayor que le tuerza el cuello con energía? O, pensemos, ¿las marranadas tan populares en navidad no son un ritual gastronómico e intrínsecamente cultural, lo mismo que el pato a la naranja o el conejo al ajillo en otras latitures? Es decir, ¿el proceso de engordar al marrano durante el año para que esté gordito y sabrosón, dejarlo amarrado a un palo mientras se prepara el caldo, oírle chillar y perseguirle para acuchillarle, es una tradición, una costumbre cultural defendible, o una tortura inconcebible? No lo sé, me gusta dudar.
Hagámoslo ahora con la humanidad. El humano es un organismo que se define por las herramientas que construye y eso determina su identidad como especie, como conjunto de organismos con las mismas capacidades y características corporales. A ver, usemos tres ejemplos, para no exagerar, con la idea de exponer tal posición:
(1) Nuestro cuerpo sufre de hambre, de sed ¿cómo sobrevivimos? Comiendo y bebiendo, esas acciones tan propias de la terraqueidad y que definen lo que somos como miembros del planeta: seres con necesidades que se usufructúan de los recursos que en el planeta hay para mantenerse vivos, nada más. Pues comemos y bebemos. Primero fuimos especie vegetariana y carroñera: tomábamos lo necesario del reino vegetal, lo encontrado (¡las sobras!) en el animal y lo bebible del natural. ¿Qué somos? Somos sobrevivientes. La ley del más fuerte no se aplica solo para los animales distintos a nosotros. Luego descubrimos las herramientas: aprendimos a tirar piedras para golpear, a construir lanzas y flechas para matar (para cazar y pescar) aprendimos a extender nuestro cuerpo, base de nuestra experiencia, de forma que fuéramos más que nuestra configuración original: sobrevivimos dándole al mundo la categoría de herramienta.
(2) Nuestro cuerpo, lánguido y frágil como es, empezó a sentir frío, a necesitar calor y su única manera de sobrevivir se devino de la capacidad superior de nuestro cerebro, esa que nos permite usar unas cosas para lograr otras, esa que nos permite usar herramientas para extender nuestro actuar en el mundo. Así: descubrimos el fuego y con él una forma más de eliminar el excesivo frío y encontrar calor. Descubrimos con él, también, una forma más de matar: de destruir —adrede, con intención, con propósito y razón— unas cosas para lograr otras. Aprendimos a sacrificar el mundo para nuestro beneficio personal.
(3) Nuestro cuerpo pasó de la mera transmisión de información [sí, esa comunicación 'animal'] a la interpretación [sí, esa comunicación 'humana'] y con ello nuestra forma de dar sentido al mundo cambió [porque los animales también lo hacen, aunque distinto]. Así, adquirimos capacidades comunicativas: inventamos el lenguaje (los lenguajes ¡todos!, que son muchos) como herramienta de interacción, lo que permitió que nuestras sociedades evolucionaran a lo que hoy podemos llamar cultura: culturas, símbolos y conjuntos de ellos, sociedades humanas. ¡La comunicación es una herramienta!
Entonces tenemos la terraqueidad: un montón de organismos que sobreviven en la Tierra usando los recursos que en ella hay; y la humanidad: un montón de organismos que sobreviven en la Tierra usando los recursos que en ella hay pero que, además, están capacitados para extender su experiencia en el mundo a través del uso de herramientas.
Por eso ¿que lo taurino es cultural, que lo debemos rescatar, que no puede morir? No lo sé, no me interesa tanto como su discusión. En nuestros patrones culturales está la respuesta, en el uso de nuestras herramientas comunicativas está la manera de lograr lo que a cada cuál le guste más. Es decir, cuando haya más personas en contra que a favor de lo que simboliza la tauromaquía hoy, lo que simbolizaba hace cincuenta años, será historia, veremos cuánto se demora en pasar. Pero eso no quiere decir que la prohibición sea el camino a seguir: prohibir es castrar, que es regularizar, que es desestimar la emoción y el instinto, que es deshumanizar. Si la prohibición no proviene de un acuerdo más general que particular, tiene tanta validez como una palabra nunca dicha, un papel nunca firmado. Esto, por supuesto, lo digo con la convicción de que toda prohibición que no esté fundada en un conjunto de patrones de comportamiento aprobados y experimentados por un grupo social mayoritario no debería ser válida: somos nuestra configuración corporal y, también, la configuración que permitimos tenga lo cultural.
Lo aquí he escrito sobre los toros no quiero que se vea como una discusión taurina sino, en cambio, como una humana. Asumamos lo que somos y cambiémoslo, si queremos, pero discutamos con argumentos; eso sí, hagámoslo no solo respetando las opiniones de otros sino, también, pelándolas con la pasión propia de las nuestras: creo con dureza que en la discusión reside nuestra única posibilidad de acuerdo. La cultura es una producción nuestra, no es inamovible ¿quién dijo que los símbolos son estáticos, quién? En las transformaciones residen las experiencias, no en la inmovilidad.
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