¿Para qué sirven festivales de literatura como el Hay Festival, que terminó el domingo pasado en Cartagena?
A mí, que estuve por primera vez allí, me surgió la inquietud, y quise, cuando no preguntar, intuir, en medio de aquel ambiente, de aquella atmósfera creada alrededor de la literatura y los escritores, para qué carajos sirve que estos se reúnan a dialogar.
Jimmy Fortuna, profesor de literatura en Bucaramanga, me dijo que lo que busca es nutrirse, escuchar recomendaciones para renovar el contenido de sus anaqueles.
Él se queja, sin embargo, de las charlas sobre temas repetidos, algo que es evidente. Pone el ejemplo de aquella que aborda la relación entre fútbol y literatura, que aparece muy frecuentemente tanto en este festival como en ferias del libro, y para la que Daniel Samper Ospina, director de Soho, parece ser el moderador universal. En su defecto, el invitado es Jorge Valdano, exfutbolista, cuando no es que están ambos. O qué decir, por otro lado, de aquella charla con traductores en la que generalmente se concluye, palabras más, palabras menos, que nunca lograrán ellos una fidelidad total, así que se mantiene vigente aquel dicho de “traduttore, traditore”.
María Jimena Duzán me respondió que esto, la reiteración de temas, no le choca, pues hay años en los que uno no tiene la oportunidad de asistir a todas las conversaciones. Eso sí, le gustaría que los entrevistadores rotaran, pues generalmente son los mismos. Muy cierto.
Sobre la utilidad, respondió que le gusta el debate, la promoción de la discusión y que el libro sea elemento central.
Personalmente, me parece que ir a ver a hoy a un escritor, a escucharlo hablar, puede desencadenar en una chocante desazón, sobre todo si se trata de uno tan reconocido como, por ejemplo, Mario Vargas Llosa. Si eres un lector inquieto, lo más seguro es que, además de leer los libros de tu autor, indagues en Internet lo que haya sobre él (o ella). Que si hojeas una revista y te topas con una entrevista a aquel fulano, te detienes y comienzas la lectura. Lo mismo pasará con la televisión cuando estés inmerso en la monotonía del zapping. O incluso en la radio. Así que decides, un buen día, ir a verlo, a conocerlo en el festival aquel, y pagas tu boleta y una hora después te das cuenta de que ha dicho todo lo que había respondido ya en aquellas entrevistas que tú, por natural interés, habías leído, visto, escuchado. Y no debe parecer extraño en el mundo de hoy, en donde la difusión de la información, al menos de este tipo, es tan amplia.
Quizá, entonces, haya que pensar en cómo abordar a estos personajes de tal forma que se les pueda sacar alguna novedad.
Claro, no todo se reduce a eso. También encuentras escritores nuevos, y en alguna charla escuchas opiniones alternativas sobre un tema. Y vale la pena.
Pero el Hay Festival, como cualquier otro certamen que pretenda reunir a la gente del libro alrededor de la conversación, algo que de por sí es sumamente valioso, mantiene también un sutil encanto que parte de necesidades muy humanas. En muchos casos es claro que te regresas, sí, con la sensación de haberles escuchado la repetición de varios discursos a los autores que te gustan, pero te vas con una sencilla pero reconfortante sensación de haberlos tenido cerca. Y dirás luego: “los vi”.
José Covo, un artista plástico de Cartagena a quien le pregunté para qué creía que servían estos festivales, me regaló una bella respuesta: “No te responderé para qué sirven, sino lo que a mí me interesa. A mí me gusta observar la personalidad de los escritores, escuchar las palabras que usan, percatarme de las sutilezas del lenguaje. Es un emprendimiento completamente egoísta”.
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