Suelo hacer todo lo que le molesta a los verdaderos aficionados al fútbol. Me declaro hincha de un equipo al que solo veo jugar cuando está en sus buenos momentos, y lo abandono por completo, hasta el punto de olvidarme de su existencia, cuando va mal –como en la actualidad, que va muy mal, según he escuchado–. No termino de ver los partidos flojos, ni siquiera me aguanto a que se acabe el primer tiempo sin cambiar de canal. A pesar de que no leo los portales especializados en el tema, y de que mi única fuente son los medios tradicionales –si acaso–, hablo con mucha propiedad y divulgo mis opiniones sin pudor alguno. Repito las sabias consideraciones de los comentaristas deportivos y critico a Carlos Antonio Vélez, como Dios manda.
Pero no vayan a creer que soy un anti fútbol, o algo así. Todo lo contrario, admiro ese deporte, aunque de manera inconstante y mediocre, como lo han podido notar. Y admiro más aún a los verdaderos aficionados al fútbol, a los pacíficos, solitarios –en ocasiones–, pacientes, fieles, justos y rigurosos. A los que son capaces de soportar noventa minutos de un partido entre Jaguares y Uniautónoma (hasta este momento me entero de que son equipos de fútbol), y sacarle gusto al hecho de renegar todo el tiempo. Admiro la pasión con la que discuten, incluso con uno, que no sabe nada, pero que también discute, y la humildad con la que reconocen que su equipo jugó mal.
Los aficionados de verdad no asumen actitudes como la de ensañarse contra un solo jugador e insultarlo durante todo un partido, diciendo que tiene toda la culpa, cuando no la tiene –aunque, pensándolo bien, de pronto algunos aficionados de verdad sí hacen eso–. Cuando les piden que hablen acerca de un gran jugador, lo hacen sobre alguno bien rebuscado, que quizá uno no haya escuchado nunca, aunque admiten el talento de Ronaldinho, cuando uno lo menciona, después de haber tenido que hacer retorcerse las neuronas para recordarlo. Saben estadísticas, nombres, alineaciones de equipos de antaño, pueden reconocer los estilos de los directores técnicos y, sobre todo, les preocupa que el medio campo de un equipo sea sólido, hasta el punto de que los jugadores que más suelen admirar son los volantes de recuperación.
Comparado con los verdaderos aficionados, no soy nadie en el mundo del fútbol, pues, además de todo, siempre jugué muy mal, horrible, para ser precisos. La mejor jugada que hice fue una barrida limpia, perfecta, el único problema es que fue contra alguien de mi propio equipo. Pero, a pesar de mi evidente ignorancia, me sucede lo mismo que a muchos: a cada rato pienso en analogías futbolísticas de lo que ocurre en la vida. No descuidar la defensa después de meter un gol, mantenerse concentrado hasta el pitazo final, ni un segundo antes, no cantar victoria por anticipado, después del tercer palo entra, no amarrar el balón, terminar las jugadas, etc.
Suelo identificar a las personas según la posición que tendrían en un equipo de fútbol, “este es como un defensa central”, pienso, “aunque también tiene buena pegada de media distancia”, y admiro a James como a nadie. Si yo, que no se nada, hago eso, es porque el fútbol se parece a la religión, de acuerdo con una idea que desarrolla Constaín (http://tinyurl.com/ksew8dr), quien, además de ser un gran lector, es un verdadero aficionado al fútbol, dos inclinaciones cuyas virtudes no son tan diferentes, después de todo. El fútbol y la religión se parecen por lo menos en un sentido: uno puede creer y predicar sin saber nada.
PAC
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