Andrés Rodelo
Se te viene el mundo encima cuando criticas alguna iniciativa cultural, especialmente las pequeñas que se mantienen con esfuerzo. “Por lo menos ellos hacen algo”, “Peor es nada”, “Hay que apoyarlos, no criticarlos” me han dicho en reiteradas ocasiones cuando expresé reparos sobre varias de Manizales.
Me lo comunican con vehemencia, por lo general. Lo que repudio de este argumento es que zanja cualquier discusión, se plantea como un punto y aparte para no mirarlas con detenimiento. El hecho de que estén haciendo algo ya es suficiente recompensa para la ciudad, con eso basta. No hace falta ir más allá.
Lo peor es la respuesta tipo: “Haga algo entonces, proponga”, como si criticar fuera privilegio de quienes hacen.
A propósito, les quiero hablar de la exhibición cinematográfica “alternativa” de Manizales. De verdad, me parece encomiable que ustedes, sus promotores, trabajen para no condenarnos a un panorama en donde la única oferta sea la cartelera de Hollywood. Eso sería terrible (parece que para allá vamos).
Mi única objeción hacia el cine comercial estadounidense es su deliberado interés por convertirse en la única opción, a golpe de artimañas corporativas y de un acaparamiento del mercado que busca negarnos el derecho de conocer otras cosas.
La lucha de los cineclubes debe ser en contra de estos tentáculos, visibilizando un cine opacado por la maquinaria industrial. Así mismo son contraparte del ritual de consumo de las salas comerciales: ante la ausencia de contexto y análisis como complemento del visionado de películas en las multisalas (con el público saliendo durante los créditos finales), el debate y la formación del cineclubismo.
Si esta no es la misión, ¿cuál es entonces?, ¿qué justifica la existencia, la razón de ser de un cineclub cuando se convierte en caja de resonancia de las grandes salas?
Puede que exista alguno dedicado al análisis de los blockbusters de Hollywood y eso está muy bien, porque nadie lo hace. El grueso del público (conformado por espectadores ocasionales) los ve como pasatiempos, de allí que no malgaste energías revisándolos, y los críticos están enfocados, especialmente, en el cine no comercial.
Pero que todos proyecten blockbusters, eso ni pensarlo. Aunque es poco probable, pues la mayoría de cineclubes configuran unos principios contrarios a los de Hollywood, son siempre esa vía para ver cine invisible (me encanta esta contradicción). La variedad nos conduce por otros derroteros, nos pone frente a manifestaciones y sensibilidades de otras latitudes, obras de procedencias innumerables y aproximaciones distintas.
Dicho esto, vayamos al grano. La mayoría de cineclubes de Manizales cumplen con la labor de colocar un cine diferente bajo el reflector. Ahora bien, ¿cómo lo hacen?
Publicitar las funciones de manera acertada, tener un buen espacio y proyectar con equipos decentes, eso es importante. Sin embargo, coordinadores de cineclubes: ¡nos estamos quedando cortos en la formación! Recuerden que ustedes son los guías, quienes fijan un punto de partida y transmiten los valores de una obra por medio del análisis y el contexto.
Es inadmisible que esto no esté entre los planes, como ocurre en muchos cineclubes de la ciudad. Si alguien tuvo la idea de montar uno lo natural es que quiera ilustrarse, conocer, adquirir herramientas de análisis, documentarse para poner al alcance del público una información que ayude a comprender las dimensiones de lo visto.
Pero esto no está ocurriendo. No se sabe qué es peor: que no haya formación (debate y análisis en torno a la obra) o que se haga mal: improvisada, perezosa e irresponsablemente, como quien dice: “Eso al final veo qué carreta me invento”, como he evidenciado en unos casos.
La taquilla del cine colombiano pone de manifiesto las necesidades abismales que tiene el país en el campo de la formación de público. Esa tarea de sensibilización debe correr por cuenta de ustedes. Si no, ¿quién entonces?
El único parámetro que les propongo es rigurosidad. Que se haga desde cualquier punto de vista: filosófico, sociológico, estético, simbólico, musical, sonoro, temático, da igual. El enriquecimiento será enorme mientras el empeño y la disciplina ocupen el centro de la discusión.
A este paso, la exhibición alternativa va camino de convertirse en espejo de la comercial. No es suficiente que la experiencia cineclubista se resuma en ver películas, la retroalimentación juiciosa no puede perderse de vista. Retomo mi idea inicial: bien por los cineclubes, porque nadie te pagará un peso por fundar uno (a menos que sea legal, lo cual es más una excepción que una regla). Son producto del entusiasmo y de la pasión, en la mayoría de los casos.
Pero que ello no impida percatarse de lo que hacen, criterio que debería aplicarse para cualquier iniciativa cultural de Manizales, grande o pequeña.
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