Acá estamos, reflejando aquello que se fue impregnando y adentrando en nosotros con el paso del tiempo en una carrera tan bella y apasionante como la medicina y, al mismo tiempo –en múltiples ocasiones- cargada de deshumanizadas relaciones de poder establecidas entre un docente que está arriba, muy arriba y un estudiante que ubican abajo, muy abajo, y se naturaliza esta condición de estar en un nivel muy inferior y además compitiendo con aquellos que deberían ser siempre nuestros compañeros, nuestro equipo.
Acá estamos, reflejando la incapacidad de construir con otros, de construir con todos, reflejando esa ceguera selectiva e individualista que lleva a aceptar insensatamente lo inaceptable ‘porque yo hago lo mío y lo demás no me compete’ y se ejerce en esas condiciones precarias y antinaturales que llevan -para ejemplificar de alguna manera- a decir sí a atender a una persona en menos de 15 minutos: acercarse a un universo entero, a sus miedos, a sus dolores, a todo aquello que le inquieta y además, hacer el mayor esfuerzo posible por resolverlo. Ese temor por salirse del esquema y recursos que le plantea este siniestro sistema y que en muchos casos se va combinando con una adaptación mediocre del médico a esas condiciones, lleva a que las críticas mueran en los pasillos, sin importar que esto vaya en contra de la salud que tanto se predica.
Y entonces acá estamos, asintiendo ante la injusticia, ante condiciones paupérrimas que establece este sistema de salud, ‘trabajando con lo que hay’ y entre más solos mejor. Evadiendo nuestra responsabilidad de velar por el mayor grado de bienestar humano, bienestar que debería ser abordado desde su integralidad bio-psico-socio-cultural ¿Acaso esto no es salud? ¿Acaso salud es atender una enfermedad física a medias, desintegrándola del entorno en el que surge, de las implicaciones que genera?
Y seguramente influye el ambiente en el que como médicos nos vamos formando, sin otras concepciones de la vida, sin adentrarnos en todo aquello que implica el dolor, el sufrimiento humano; en medio de una competencia salvaje y una arrogancia destructiva que impide la visión de equipo, un desgaste progresivo de la sensibilidad, del sentimiento y un abrumador silencio que deja muy solo a aquel que se atreve a decir y a hacer lo que el médico del común nunca haría: Oponerse a las condiciones que impiden un sano ejercicio de la medicina, que vulneran la vida.
Habrá entonces que nutrir la academia y el quehacer cotidiano con otros escenarios y perspectivas que permitan abrir estas mentes ante el mundo, ante la realidad, ante la exigencia de reconocer y afrontar la defensa de la vida como pilar fundamental de nuestra formación. Ya es hora de dejar atrás esa afanosa necesidad de sobresalir solo y aplastando al otro, eso va en completa contravía de la búsqueda del bienestar humano.
Nota: Este texto fue nutrido gracias a las palabras de mi profesor Jorge Ríos Duque.
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