El presidente Gustavo Petro una vez más permitió que su verbo encendido se desatara en plaza pública y cruzó los límites como primer mandatario con el desafiante discurso que pronunció en la marcha del 1 de mayo en Bogotá, que se tomó como propia siendo espacio de los trabajadores. Sus palabras de odio, pendencia, provocaciones atentan contra la institucionalidad y contra quienes no siguen sus propuestas.
Una semana después de hablar el Gobierno de reconciliación nacional, abandonó esa idea para dar paso a una artillería política. Como si fuera poco, ondeó la bandera del M-19 e invitó a izarla como rebeldes desde el Gobierno y en homenaje a un grupo guerrillero en el que militó y que le hizo tanto daño al país. Se vio el político que lleva adentro y que no ha podido dejar a un lado desde que asumió el cargo, así por ley esté obligado a hacerlo. Parece que la confrontación es su escenario ideal, porque de la ejecución, pocón pocón. No se enteran él y sus áulicos que el país no va por los buenos caminos que predican.
El DANE, en su reporte anual de desempleo en Colombia, asegura que a marzo subió 1,3% y representa la salida de 382 mil personas de la fuerza de trabajo. Quiere decir que el sector productivo del país, ese que Petro llama aristócrata, no ha podido levantarse porque el Gobierno no tiene políticas efectivas y esas cifras de desempleo muestran es desaceleración económica. El mandatario, en vez de estar promoviendo divisiones debería estar ejecutando un plan de reactivación económica, que apenas se pondrá a disposición del Congreso. La salida no es con reformas que amenazan la institucionalidad democrática. No respetar acuerdos ha sido una constante en su vida pública y lo refrenda como gobernante del país.
En medio del fragor del discurso del miércoles, Petro anunció que rompe relaciones diplomáticas con Israel, sin consultarlo con la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. Pudo ser suficiente con un categórico pronunciamiento de Colombia en contra de la política de Israel que insiste en la ocupación armada en Gaza, a pesar de los llamados de paz; pero no es acabando con las relaciones diplomáticas como se contribuye al cese de un conflicto, con un aliado histórico. No se puede olvidar que están vigentes tratados económicos con Israel, que se afectarán así no se quiera. Lo que sí queda en riesgo es la provisión tecnológica en la industria militar colombiana, que provee este Estado. ¿Quién surtirá esto en adelante, porque el país no se puede quedar sin suministros? ¿Por qué se actúa así con la invasora Israel, que reacciona a un ataque aleve de Hamás, y no con la invasora Rusia?
Postura aparte merece el trato denigrante para con los manizaleños, pues su alusión a la esvástica es hablar de nazismo. Es indudable que en la historia caldense hubo líderes afines a ideas nacionalistas, pero estamos hablando de unos colectivos, no de toda la caldensidad, y en épocas pretéritas en las que prefiere quedarse el presidente para poder lanzar improperios por aquí y por allá. Así bombardea su propia propuesta de consenso nacional, al insistir en una Asamblea Nacional Constituyente. Olvida, el señor presidente, que durante los largos años que estuvo en la oposición, justamente hablaba de una Colombia que diera espacio al disenso, pero parece que esto solo operaba si el poder de disentir era de los que lo respaldan, no de quienes dudan de que su Gobierno esté haciendo las cosas bien. Terrible que un presidente que se dice democrático use palabras de violencia para sus contradictores y haga apología de esta exaltando a quienes masacraron jueces, mataron a sangre fría personas y secuestraron indiscriminadamente. Insistimos, se puede rectificar, pero el ego acrecentado por las marchas de los trabajadores parece que no serán buenas consejeras para las decisiones que se necesitan, no las que se quieren tomar porque sí.