Las multitudinarias marchas del pasado 21 de abril fueron la expresión libre de un pueblo soberano, en defensa de sus instituciones y lo que ello significa en democracia. Sin transporte, ni dádivas, ni mucho menos con presiones obligando a su asistencia, el pueblo colombiano en sus distintas ciudades y territorios le envió un claro y rotundo mensaje a Petro de total y abierto desacuerdo con su Gobierno y sus reformas. Bien pudiéramos llamarlas marchas por la libertad, las cuales marcaron un punto de inflexión frente a las anteriores por su magnitud y presencia de una clase media totalmente despolitizada, preocupada por las recientes intervenciones de las EPS como Sanitas y la Nueva EPS que no significan nada distinto a expropiación, condenando, además, el llamado a una “constituyente popular” y horrorizada con la corrupción que cada día destapa un escándalo que supera al anterior.
El común denominador de estas multitudinarias marchas pacíficas, impregnadas de un patriótico ambiente festivo, fue el tradicional grito de “fuera Petro”, como consigna general. Minimizando la magnitud de la marchas, Petro señaló que a lo sumo 250 mil personas se habían manifestado en el país, calificándolas de ser la expresión de pequeños burgueses en defensa de sus prebendas. El pago de un millón de pesos mensuales a los jóvenes en las cárceles para no matar; la entrega de miles de millones en subsidios a personas de estratos bajos, madres cabezas de familia, abuelos mayores; negociaciones con el Eln, bandas criminales, etc., obedecen a una política de compra de conciencias con miras a las elecciones del 2026. Las juventudes y el pueblo ideologizados es el mayor anhelo de quienes quieren perpetuarse en el poder y destruir su democracia. Así procedieron Mussolini, con las camisas negras, y Hitler, con las camisas pardas.
Como suele suceder en los gobiernos caudillistas como este, que pasan por alto el clamor de las gentes, la radicalización del Gobierno será aun mayor buscando acelerar el resultado final con medidas más agresivas que le permita sin tardanza poner en marcha el “proceso constituyente”, que mucho difiere del contemplado en la Constitución Nacional de una convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. El primer paso, dice Petro, “es organizar los comités municipales, convocar al pueblo a la movilización, a las calles, al debate, a ejercer el poder constituyente que hoy se puede ejercer, definidos como cabildos abiertos que son mecanismos de participación vigentes en la actual Constitución”. Errada interpretación que alimenta su ego.
La agitación popular es un camino contrario al señalado por la misma Constitución para la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, pues es el Senado y la Cámara de Representantes las que deben aprobar una ley para consultarle a los ciudadanos sobre su convocatoria. Para Petro, “si el pueblo así lo quiere, el poder constituido lo tiene que aceptar, no lo puede desconocer porque este es subordinado”. A nuestro juicio, está creando el clima perfecto de gran insatisfacción y perturbación del orden público para poder echar mano del estado de Conmoción Interior contemplado en el artículo 213 de la Constitución Política de 1991, el cual puede ser declarado por el Gobierno, concediéndole al presidente facultades especiales para expedir decretos con fuerza de ley y suspender las leyes incompatibles con el estado de Conmoción. El decreto siguiente sería el de cierre del Congreso y de las Cortes, dando paso al proceso constituyente, construido en la mente enferma de quien nos gobierna.
Los llamados que ha hecho Petro alegando el presunto golpe en su contra, e incluso, alertando sobre él desde su cuenta de X en diferentes idiomas, no busca otra cosa distinta a hacer un “show internacional” y ganarse el apoyo de los gobiernos del mundo. En la misma dirección está el llamado a ocho coroneles de la Policía para curso a generales, con los que pretende comprar la fidelidad de esa institución. Tras las multitudinarias marchas, Petro dijo que el objetivo es claro; lo que buscan es la excusa para “tumbar” al presidente de la República y aprovechó para convocar al pueblo el primero de mayo a “la gran caminata de la gente que trabaja y estudia, que sueña y hace. Ya habló el odio, ahora que hable el amor. El Gobierno del cambio debe ser más profundo, tiene que escuchar y dejar que la gente mande”, expresó, cuando la realidad es que nunca escucha. Entre tanto, el país espera la marcha obligada, pagada y transportada del Día del Trabajo, la cual, sin duda alguna, mostrará la pequeñez y falta de respaldo a un mandatario que, creyéndose mesías, sueña con perpetuarse en el poder y ser el líder del nuevo mundo.