JORGE IVÁN CASTAÑO
LA PATRIA | NEIRA
Hablar de Neira era hablar de las casas del bahareque, del barro, de extensos ventanales, y amplios corredores. Era hablar de fina madera y pulida guadua, de techos de barro, paredes de bahareque. Era hablar de colores azul, rojo, blanco, verde y amarillo que aparecían en cualquier parte de las calles o de los caminos cuando se iba rumbo a las fincas.
Eran casas que conservaban el olor característico de la guadua recién cortada, de los corredores en chambrana con las flores bien cuidadas por las abuelas. Era hablar de tejas llenas de musgo por donde, ya por el paso del tiempo, el agua penetraba a las alcobas donde las ollas, baldes y cazuelas debían colocarse para atrapar el chorro que no cesaba de caer en tiempo de invierno.
Eran y son casas donde aún las escaleras se levantan para darle paso a los animales que debían llegar al patio interior de la vivienda. Aquellas casas que el sol iluminaba en la mañana y donde en la tarde secaba la ropa que se colgaba de las poleas, atravesando los patios y hasta invadiendo los vecinos, donde los atardeceres llenaban de colores e iluminaban los corredores
Hablar de las casas de Neira, era hablar de los patios inmensos sembrados de cultivos que daban para el sustento de la familia, del árbol de jazmín que en las noches esparcía el fino olor a naturaleza, del perro que salía a recibir al turista con su ladrido y su movimiento de la cola, de las cocinas con sus paredes negras y techos donde se formas las estalactitas del humo que penden de los techos.
Era el Neira donde el árbol de naranja o de aguacate se convertía en el dormitorio de las gallinas que siempre daban su vida para recibir la visita. Era ese Neira del que ya poco o nada queda porque el bahareque, la guadua, el barro, los cultivos y las flores han desaparecido dejando solo unos lotes que son reemplazados por la arquitectura moderna del cemento, los cristales, el hierro y pequeños o estrechos vivideros donde ya los visitantes y las mismos familias no tienen el espacio suficiente para su comodidad.
Todo ha desaparecido y las que están deben desaparecer por seguridad de los mismos que las habitan y de los peatones. Son casas que ya cumplieron su ciclo y que la tecnología moderna esta reemplazando. Ha empezado a desaparecer la arquitectura antigua y con ella su historia. Afortunadamente, todavía queda algo gracias a algunos pocos que valoran lo que es el verdadero patrimonio caldense.
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