Sus clientes eran los niños y los adolescentes de Persia (VIDEO)

LA PATRIA | MANIZALES

La tensión se tomó las angostas calles del barrio Persia el pasado martes en la tarde. Los vecinos del sector se asomaban a averiguar a qué se debía el retumbar de 50 motocicletas de la Policía de Manizales y la presencia de los antimotines. Desde las ventanas tomaban fotos sin saber que nueve presuntos delincuentes, vecinos suyos, iban a salir esposados.

El último en evacuar directo al Comando fue Chigüiro, de 25 años, y líder de una banda de estupefacientes. Lo rodeaban alrededor de 20 uniformados. Sin embargo, el recorrido se vio interrumpido por tres familiares del hombre, que llorando, pero resignadas, lo abrazaron para despedirlo.

Ayer en la mañana, la Policía de Manizales dio los detalles de la captura de los sujetos, que se encargaron de meter en el abismo de la droga a niños y adolescentes de Persia y sus alrededores.

300 personas participaron en la operación La Unión, detuvieron a los microtraficantes, acordonaron el sector y bloquearon los accesos, e incautaron 3 mil 600 dosis de marihuana, cripa, bazuco y drogas sintéticas como éxtasis y popper.

Durante 14 meses investigaron y dieron con el centro de operaciones de la organización, entre la calle 49I con carrera 31, hasta la calle 50 con carrera 30. Un punto de difícil acceso para carros y lo que permitía la evasión de los controles.

El duro

Al parecer, Chigüiro es considerado como el responsable de la organización, administraba esta olla, manejaba las finanzas y coordinaba la distribución. Bajo su mando estaban almacenistas, campaneros, vendedores y recolectores de dinero.

La banda La Unión estaba conformada además por el Enano, Lanas, Pinilla, Tapete, Morcilla, Canelo, Tanta Carne, y el Chori, encargados del almacenamiento y expendio.

Estos cargaban dosis mínimas para evitar ponerse en evidencia y ocultaban las bombas (bolsas con determinadas dosis de estupefacientes) en zonas públicas.

Después de finalizar la venta, entregaban el dinero obtenido y los excedentes del producto que no alcanzaban a vender. De esto recibían una comisión en efectivo e incluso con cantidades de estupefacientes les pagaban. Trabajaban en turnos de ocho horas y amenazaban a los habitantes del barrio, por lo que temían denunciarlos.