A Carlos Mario lo desaparecieron después de un clásico de fútbol
Hace seis años que su familia espera saber qué pasó. En los relatos de exparamilitares hallarían la verdad. Está en la lista de víctimas.
HELMER GONZÁLEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Era el clásico 249 entre Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín. En las tribunas del Estadio Atanasio Girardot había 37 mil espectadores. En el segundo tiempo de aquel juego, disputado el 19 de agosto del 2007, la alegría verde llegó cuando el debutante chileno Fernando Martel marcó el único gol para la victoria del rey de copas.
Sin embargo, Melba Latorre vive con intensa tristeza desde el 20 de agosto del 2007, es decir un día después del juego, cuando una hermana le dijo que a su hijo Carlos Mario Restrepo Latorre no lo encontraban.
Carlos Mario y Cristian, para entonces adolescentes de 16 años apasionados por su Nacional, salieron de Chinchiná dos días antes del partido en la capital antioqueña. Cientos de muchachos en todo el país viajan pegados de los camiones de carga. Esa era también la aventura de los dos amigos.
De la misma manera iniciaron su regreso. Era domingo en la noche. Antes de pegarse del camión se aprovisionaron de unas botellas de vino de maracuyá.
Exhaustos de la celebración se juntaron los dos parceros para dormir en el camino. Solo pensaban que ese vehículo los traería de regreso a sus hogares.
Daniela Valencia, prima de Carlos Mario, recuerda que hablaron después del partido. También llamó a una amiga. Era el reporte de que estaban bien y de que ya volvían.
Al día siguiente Daniela misma recibió la primera llamada de Cristian, le contó a su mamá y ella a Melba. Así corrió entre la familia la noticia de la desaparición.
Reunidos en la sala de la casa de Daniela, el pasado 15 de diciembre escuché el perturbado relato del hoy hombre de 23 años, los mismos que tendría Carlos Mario, y la inevitable incertidumbre que amarga la existencia de Melba.
El fatal desvío
Quizás soñaban con la aventura que el fútbol les había brindado. Cristian relata que despertó porque sintió que el camión se sacudía demasiado. De inmediato llamó a su amigo de viaje. La vía destapada por la que rodaban no era la indicada, no era el regreso a Chinchiná.
Estaban muy profundos en el momento en que el camión se desvió en La Pintada (Antioquia) y tomó la vía que lleva a Aguadas. No lo pensaron mucho para lanzarse del vehículo y seguir caminando por la carretera, en medio de la penumbra.
El tiempo a oscuras, en un lugar desconocido, deja de existir. Pasó muy poco mientras caminaban cuando vieron acercarse una motocicleta, pero no se detuvo. Sin embargo, minutos después volvió. Dos hombres exhibieron armas de fuego y los obligaron a echarse al piso.
En el 2007, esa zona aún era controlada por el frente paramilitar Cacique Pipintá, grupo que jamás se desmovilizó, sino que hizo un dudoso anuncio de rendición. Varios integrantes están tras las rejas en Medellín y otros en cárceles de Caldas.
Como pudieron los asustados jóvenes les dijeron quienes eran, que hacían, de donde venían y para donde iban.
En algún momento les dijeron que los iban a dejar ir, pero que se olvidaran de lo que habían visto.
El pánico aumenta
Estaban a merced de hombres armados en una carretera desconocida durante la noche del 19 de agosto y la madrugada del 20. Luego llegó otra moto. A los dos los transportaron en esos vehículos a otros sitios.
Cristian sigue relatando que cruzaron alambradas y cercas. Estuvieron cerca de una casa. La cabeza la mantiene fija al piso mientras se soba una cicatriz en el dedo del corazón, el más largo de la mano derecha.
Conforme pasaban las horas más gente llegaba. Al final eran siete hombres armados, varias motos y una camioneta. Entre el grupo se destacaba una persona a la que Cristian describe como rapado, tenía sandalias, pantalones cortos, amonado y alto.
Ya estaban lo suficientemente asustados cuando los hicieron sentar. Para amedrentarlos más dos motos subían de revoluciones con las luces directas a los rostros de los dos atemorizados muchachos.
El hombre de la pistola
Entre los lugares por donde los hicieron caminar y arrastrarse, el joven comenta que el último en donde estuvo junto con Carlos Mario fue a la orilla de un río. Luego supo que era el Arma, en jurisdicción de Aguadas.
El jefe, al parecer era aquel mono rapado de sandalias y pantalones cortos. A lo lejos conversaban todos mientras otro bandido vigilaba a Cristian y a Carlos Mario. El presunto patrón tomó las botellas de vino y de manera sarcástica las consumía y los invitaba a permanecer calmados.
Sentado en una poltrona de la sala de la casa de Daniela, Cristian se toma la cabeza con las manos, como probablemente lo hizo aquel día en que una mirada rápida le permitió ver a un sujeto que se acercaba con una pistola agarrada a dos manos.
Con la decisión del que quiere vivir se lanzó al río. Comenzaron los disparos. Pasaban a un lado de la cabeza, del pecho, de la espalda. Solo uno le rozó el dedo, el mismo en el que tiene la cicatriz que se soba como si ello le refrescara la ya perturbada memoria.
Se dejó ir
Se zambulló y se dejó ir una vez. Luego alzó la cabeza para respirar y a lo lejos vio al hombre que disparaba con el agua hasta la cintura. No sabe si se imagina o era cierto que lo escuchaba recargar el arma.
Buscó con la mirada a su amigo de viaje. La última imagen que tiene de Carlos Mario es que el vigilante lo tenía agarrado del cuello. Lo sujetaba fuerte con el brazo, como si intentara ahogarlo. En ese momento se dejó hundir en el río y la corriente lo arrastró.
10 minutos después la misma corriente lo sacó a una orilla llena de hojas cortantes. A salvo revisó su cuerpo para asegurarse de que no tuviera un roto producido por una bala. Entonces buscó el pueblo más cercano. Llegó a La Pintada y allí le dijo a los agentes de un CAI lo sucedido.
Se comunicó con una tía de Carlos Mario, quien a su vez fue la portadora de la noticia para Melba.
Los sándwiches
A Cristian lo llevaron al hospital de La Pintada, allí lo atendieron. Recuerda el momento en el que le llevaron dos sándwiches y una gaseosa. Estaba cayendo en un sueño profundo, lo más parecido a un desmayo.
Alcanzó a pensar que Carlos Mario estaba bien, de manera que el otro sándwich era para su parcero. Cuando despertó el plato seguía intacto y solo pudo romper en llanto.
Al adolescente le enviaron una psicóloga de Medellín para que lo atendiera. Ella le dijo que pensara en que su amigo estaba en un lugar mejor, pero los conmovedores sollozos de Cristian derrumbaron también el temple de la que se suponía iba a fortalecer el espíritu del atormentado joven. Ambos lloraron sin consuelo.
Luego de restablecer al menos físicamente al muchacho lo devolvieron al CAI. Los uniformados le advertían que no se asomara porque los sujetos que intentaron matarlo posiblemente pasaban por allí.
Luego de cuatro días se necesitó de la custodia del CTI de la Fiscalía para traer al muchacho bien protegido hasta Chinchiná.
En La Pintada
Melba viajó a La Pintada tan pronto conoció de la desaparición de su hijo. Llevó consigo una fotografía de Carlos Mario. Fue a los lugares donde tenía referencias de que estuvo su muchacho.
En una finca se acercó a un hombre viejo, le mostró la foto y este se entró asustado a la casa mientras negaba saber algo.
Según la descripción de la madre y del sobreviviente, al parecer ese fue uno de tantos lugares en donde los tuvieron cautivos aquella noche.
Melba continuó buscando, llegó hasta Bolombolo, en límites entre Antioquia y Chocó, hasta que fue advertida, prácticamente amenazada, para que saliera de aquella región.
Ella no tiene mucho más que contar, pero le sobran preguntas, lo mismo que a los familiares: ¿qué le pasó?, ¿qué le hicieron?, ¿en dónde está?, ¿lo reclutaron?, ¿sería cierto que los iban a dejar ir?
Luego de un rato en el que su conversación es fluida, se quiebra y reclama, quiere renunciar a todo por saber la verdad sobre Carlos Mario. El silencio en la sala hace bajar todas las miradas.
En un respiro recuerda que este año asistió a una audiencia, mediante el sistema de teleconferencia. Desde Manizales, en compañía de Cristian, escuchó terribles relatos y confesiones de paramilitares detenidos en Medellín. Sin embargo, solo hablaron de crímenes cometidos hasta el 2004.
Debido a la desaparición de Carlos Mario, Melba hoy figura en la larga lista de víctimas del conflicto. Le tomaron muestras de ADN para cotejarlas con restos hallados. Los resultados hasta ahora son negativos.
Sabe que le darán una indemnización por reparación, que para ella no es consuelo frente a la incertidumbre que carga hace seis años. Invertirá el dinero en la formación de su otro hijo, de 19 años, quien quiere convertirse en patrullero de la Policía.
Recientemente la familia ha discutido sobre la realización de un funeral simbólico, con novenas y misa incluida, pero no llegan aún a algún acuerdo. Daniela dice que a su primo, casi su hermano, no es capaz de darlo por muerto. Y tiene razón: Carlos Mario está en la dolorosa lista de un país con cerca de 60 mil desaparecidos, de los cuales 32 mil son desapariciones forzadas, según la Fiscalía.
Cristian, al igual que la familia de Carlos Mario, jamás volvió a ser el mismo luego de sobrevivir y huir de sus aprehensores hace seis años.
Foto | Cortesía | LA PATRIA
Carlos Mario Restrepo Latorre
Así registró LA PATRIA, el 7 de septiembre del 2007, la desaparición de Carlos Mario Restrepo Latorre.
Información de desaparecidos
Si tiene información del paradero de un desaparecido puede comunicarse en Manizales con la Unidad de NN y Desaparecidos de la Fiscalía al teléfono 8731348, o dirigirse a la carrera 23 Nº 20-40 piso 10.
En caso de que una persona aparezca y tenga reporte como desaparecido en el CTI de la Fiscalía, debe presentarse para que el caso quede cerrado. De lo contrario seguirá figurando en un sistema nacional en la base de datos de Desaparecidos.
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