COLPRENSA/LA PATRIA
La fuente, informa el padre de la iglesia, Gersaín Paz, fungirá como un símbolo: en el sitio donde asesinaron a monseñor Isaías Duarte Cancino deberá brotar la vida, el agua. Una década después del crimen del prelado la Arquidiócesis de la ciudad lanza una campaña para promover en Colombia una nueva época de convivencia. El padre Gersaín ya explicará de qué se trata.
El asesinato de Monseñor ocurrió exactamente el sábado 16 de marzo de 2002, pasadas las 8:00 de la noche.
Sus verdugos lo siguieron durante todo aquel día. En la mañana lo observaron mientras hablaba en un foro sobre derechos humanos en la Universidad Católica Lumen Gentium que él mismo fundó; en la tarde lo siguieron hasta la parroquia de San Fernando Rey.
Allí, escribe su biógrafo, el padre Efraín Montoya Flórez, monseñor repitió en dos ocasiones la Oración del Abandono de Carlos Foucauld, beato francés: “Padre mío me abandono en ti. Haz de mí lo que quieras”.
Parece que presentía la muerte encima, tan pronta, tan inminente. Un mes antes del homicidio, contó el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, Isaías Duarte Cancino ya había elaborado su testamento. El apartamento que tenía lo donó a la diócesis de Apartadó y Bucaramanga; el cáliz de oro que conservaba desde que fue ordenado sacerdote se lo regaló a la catedral de la Sagrada Familia, también de Bucaramanga. No tenía más posesiones terrenales.
Horas antes del homicidio había grabado un mensaje radial en el que se deduce su estado de ánimo. En el mensaje reflexionaba sobre aquella pregunta que Jesucristo le había hecho a Dios, antes de morir crucificado: ¿por qué me has abandonado? Isaías Duarte Cancino llegó a esta, la iglesia El Buen Pastor, para celebrar un matrimonio colectivo de 104 parejas. En la noche de aquel sábado, cuando terminó el acto religioso, se
desplazó a la casa cural, enseguida de la parroquia, y de ahí salió a la calle y dio unos cuantos pasos para abordar su vehículo. Fue cuando se acercaron por su espalda los dos sicarios que le dispararon a corta distancia. Una de las balas lo impactó en la cabeza. Los asesinos huyeron, amedrantando a decenas de feligreses y a los acompañantes de monseñor: los sacerdotes Joaquín Cortés (herido de bala en un brazo), Óscar
Hernán de la Vega Alzate, Joaquín Eduardo Cortés Tabares y Edilberto Ceballos Orozco, su conductor personal.
Es curioso, dice su biógrafo, que el crimen se haya cometido justo en esta parroquia y no en los otros sitios en donde monseñor estuvo. El nombre de la iglesia, El Buen Pastor, piensa el padre Efraín, resume lo que fue la vida de Isaías Duarte: “Tal vez Dios quiso enviar un mensaje”, dice. Quién sabe. Después de haber recibido las balas, Monseñor fue trasladado de inmediato al hospital Carlos Holmes Trujillo, pero ya no había nada por hacer, ya había muerto.
En el barrio Ricardo Belalcázar aún se recuerda el hecho con exactitud. Nubia, que todavía trabaja en la parroquia El Buen Pastor, en oficios varios, dice que después de la muerte de Isaías Duarte Cancino en la ciudad se fue la energía eléctrica. Los periódicos de la época explicaron que en realidad el apagón sucedió en 18 departamentos del país. Fue una falla de una línea de interconexión. En Cali, además, se desató una tormenta.
Un chico afro de unos 16 años interviene después y asegura que estaba a un par de cuadras del hecho y que recuerda los gritos, el caos, el miedo de la gente. En este barrio, monseñor Duarte Cancino aún es una presencia sentida. Una foto suya está dentro de la parroquia.
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