Se marchó porque era la hora. A su paso dejó miles de enseñanzas, de recuerdos, de afectos, de entrañable amor por los suyos, y en especial, por su tierra Riosucio a la que amó sin límites, haciendo del Carnaval parte de su propia vida.
Han pasado dos meses desde que Gabriel Trejos Espinoza nos dejó para irse al lado del padre celestial y su ausencia la sentimos con nostalgia y agradecimiento a Dios que nos permitió tenerlo cerca, nutriéndonos con sus historias llenas de transparencia y magnitud. En todas las celebraciones estuvo en nuestra casa, al lado de su adorada hermana Cecilia y del batallón que lideró con Absalón, exhibiendo su figura gastada por el tiempo, incapaz de renunciar a sus apegos y con la felicidad del niño que goza cada instante como el último.
Siempre con una copa en la mano, rememorando viejas épocas que tenía instaladas en su memoria y que relataba con tal fidelidad, que si alguien se hubiese tomado la tarea de escribirlas, tendríamos un tratado magistral de la cotidianidad colombiana.
Fue un gran hombre, servidor público incondicional, nacido en la bella Perla del Ingrumá, a la que poetas y cantores dedican sus versos en los amaneceres de su fiesta bienal y de la que se sintió orgulloso, con un brillo especial en sus ojos cuando la mencionaba.
Durante muchos años promovió en carnavales los encuentros de las familias Trejos Espinoza y Bueno Gärtner, convirtiendo los domingos de comparsas en linda unión fraternal, sin distingos de colores ni formas, con la única disculpa de disfrutar la más maravillosa fiesta del mundo.
Su formación académica y profesional fue en Popayán, cuando el traslado inclusive exigía largas jornadas a caballo, lo que quizá fortaleció su espíritu, su fe y su tolerancia, lo que tradujo en una actitud positiva frente a las miles de situaciones adversas que también experimentó.
Tragedias familiares, dolores profundos tan fuertes que resistió con infinita resignación, amparándose en Dios, con la valentía suficiente para seguir luchando, respaldado por Héctor, su hijo y gran compañía, en esos últimos años de soledad.
Dueño de una vivaz inteligencia, con fino sentido del humor, fue un ameno conversador, respetable y respetado, serio, responsable, y sobre todo, honesto. Con principios morales y éticos intachables, valores que dejó como símbolos de una vida pública y privada digna de admiración.
Lo extrañamos porque su ausencia física se siente, pero con especial cariño y reconocimiento, pues heredamos el fruto de su ejemplo y de su labor, los que de alguna forma tratamos de imitar para intentar igualar su actitud ante los retos de
cada día.
Sobrinos Otálvaro Trejos
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