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Están experimentando un déjà vu los 29 millones 246 mil habitantes de Venezuela. Se aprestan a unas elecciones presidenciales el 28 de julio, e igual que cuando Nicolás Maduro inició su primer periodo, hace 11 años, mueve los pesos y los contrapesos a su favor para mantenerse como presidente por un tercer periodo. No duda en seguir fingiendo gobernar un sistema democrático, cuando en realidad lo que alimenta cada día es su dictadura. Ahora vuelve e impedir que alguien más fuerte que él se le enfrente en las urnas y lo venza políticamente con votos.
No fue más que show mediático lo pactado en noviembre del año pasado en los llamados acuerdos de Barbados. Al Gobierno Maduro le resultaba muy conveniente hacerlo en ese momento, para que Estados Unidos empezara a levantar las sanciones económicas impuestas años atrás. Maduro se comprometió a realizar unos comicios otorgando garantías a opositores, prensa y observadores internacionales, pero, como siempre: volteó su decisión, incumplió su palabra, les mintió a todos los que creyeron en la posibilidad de ejecutar unas elecciones sin trampas, como sí ocurrió en las de 2013 y 2018 para seguir perpetuando el régimen instaurado en Venezuela por Hugo Chávez desde el 2006.
El Tribunal Supremo de Venezuela, que acata órdenes de Maduro en lugar de actuar con la autonomía que le concede la ley como contrapeso del Gobierno, confirmó que María Corina Machado estaba inhabilitada por 15 años y no podía seguir como candidata presidencial de la oposición, aunque había sido elegida en primarias por una amplia mayoría. No valieron las luchas jurídicas ni las gestiones internacionales. Machado tuvo que dar un paso al costado y ceder la candidatura a la historiadora Corina Yoris, a quien también alcanzan los tentáculos de Maduro, extendidos sobre el Consejo Nacional Electoral, y le impiden inscribirse.
Los gobiernos de Argentina, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú y Uruguay cuestionan la integridad y transparencia del proceso electoral en Venezuela ante los persistentes impedimentos e inhabilitaciones para que los partidos de oposición inscriban candidatos. Maduro sale a responder con un desgastado discurso populista. Asegura que los aspirantes de la oposición no piensan por sí mismos, son piezas en el juego del imperio estadounidense para apoderarse de Venezuela. Eso no dicen los por lo menos 6 millones 831 mil venezolanos que han emigrado a siete países esencialmente, en su mayoría a Colombia (2 millones 875 mil 743) tratando de sobrevivir de manera digna, porque en su país ya no existen las condiciones.


Estos hechos alejan cada vez más a Venezuela de ser una democracia, siguen poniendo al país vecino en una peligrosa posición ante el contexto internacional, así tenga apoyo de Cuba, Rusia, China, y desde el 2022 de Colombia a través del Gobierno Petro. Los dramas humanitarios y angustias de los venezolanos no se pueden seguir tapando, no son cuento, son realidades que piden ser intervenidas con políticas acertadas, con inversiones adecuadas para volver a darle a este país el sitial que ocupó hace tres décadas en el contexto internacional y suramericano. Pero si las cosas siguen como van eso seguramente será otro déjà vu.