Criminales. Con esta palabra calificó la Santa Sede los abusos cometidos por al menos 300 sacerdotes en el estado de Pensilvania en los Estados Unidos. Además instó a que los culpables asuman sus responsabilidades, tanto quienes las cometieron, como quienes los protegieron. Un mensaje contundente que obligó a la Conferencia Episcopal del país norteamericano a tomar medidas para abordar lo que llamó una catástrofe moral. Entre las soluciones se plantea involucrar a laicos expertos, al clero y al mismo Vaticano.
De acuerdo con el informe de la Corte Suprema de Pensilvania, se tienen reportes de por lo menos mil víctimas de estos "depredadores sexuales", desde 1940. Esta trama de pederastia dentro de la Iglesia católica en esa Diócesis, infortunadamente, no es un asunto novedoso. Este delito se repite de una parroquia a otra, de una diócesis a otra, de un país a otro y se tiene que parar. No se les puede bajar el tono a estas acusaciones. Se debe llegar hasta el fondo de ellas, sobre todo, porque estamos ante una conducta repetida.
Miembros de la Iglesia tienen que dejar de ser tolerantes con esta clase de delitos. El poder que ejerce un sacerdote sobre su comunidad y aún más sobre los niños obliga a que su responsabilidad sea mayor, igual que en cualquier escenario en el que los papás entregan su confianza a personas con autoridad, en las que se espera que ayuden a la formación de sus seres más queridos, y cuando esa confianza se fractura de esta manera tan terrible, lo que se puede provocar son efectos casi irreversibles en muchos casos.
La película Spotlight, ganadora del premio Óscar, retrató muy bien cómo esta misma situación se presentó en la parroquia de Boston y se encargó el periodismo de investigación de demostrar que no solo había curas pederastas, sino que la institución procuraba evitar los escándalos y protegía a sus pastores culpables, en lugar de servir a las víctimas, que es lo que ha pedido el papa Francisco que se haga en estos casos. Es claro que se trata de personas y no se puede juzgar a toda la institución por ello, pero sí se espera que El Vaticano tome mayores acciones, que realmente se vuelvan contundentes contra esta práctica que acaba con vidas y socava la confianza de la comunidad en la Iglesia.
Estos crímenes no se pueden dejar en manos solamente de la justicia divina. Todo lo contrario, es contra personajes que creen que su investidura o su poder los hace intocables contra quienes tiene que caer todo el peso de la ley terrena, para que paguen sus crímenes con el escarnio que amerita. Por eso se espera que estas pruebas sirvan para castigar a los responsables, y vale la pena que esta actuación que se suma a lo ocurrido en Chile y en otras partes del mundo permita abrir los ojos en otros países en donde las denuncias por esta conducta no avanzan.
Si algo puede ayudar a que la Iglesia no se desprestigie por esto es que se colabore desde allí mismo para que sobre los responsables caiga todo el peso de la ley. El papa Francisco, contra muchas estructuras que forman parte del entramado de protección a los suyos, ha dado muestras de querer enfrentar esta situación con toda la mano fuerte que requiere. Rogamos para que así sea.
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