El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, cada vez más se gana los calificativos de pendenciero y sembrador de discordias. Su reciente decisión de trasladar la embajada de su país desde Tel Aviv a Jerusalén, a la que le da el estatus de capital israelí, no es más que una provocación al mundo árabe, y el cierre de cualquier posibilidad de que los estadounidenses puedan seguir siendo mediadores en el conflicto entre israelíes y palestinos. Su espaldarazo al líder judío Benjamín Netanyahu en la idea secesionista volverá a encender las confrontaciones bélicas en esa zona del Oriente Medio. Algunos analistas consideran que es una especie de declaración de guerra.
El primer efecto de dicho anuncio es que en el oeste de la ciudad de población judía hay alborozo, mientras que en el este sus pobladores árabes se sienten inconformes, humillados y agredidos. Con esta actuación, Trump vuelve a darle alas a los movimientos radicales musulmanes como Hamás, que anuncia ahora una tercera intifada que no sabemos dónde irá a parar. Después de cerca de 70 años de consenso en el mundo acerca de la necesidad de dejar a la Ciudad Santa lejos de las confrontaciones políticas y de buscar acercamientos entre judíos y palestinos, el mandatario norteamericano devuelve la historia hacia orígenes complicados, donde Jerusalén es lugar sagrado para judíos, musulmanes y cristianos, y todos ellos reclaman pertenencia.
Los rusos, por su parte, se lavan las manos afirmando que reconocen a Jerusalén Oeste como capital de Israel, así como consideran el lado este de la ciudad la capital palestina, y como una forma de alimentar más el fuego dicen que no desechan la posibilidad de que su embajada en Tel Aviv, considerada hasta ahora la capital política israelí, sea trasladada hacia la zona occidental de la Ciudad Santa. Una determinación como esta, justamente cuando se vive una gran crisis en las relaciones entre Yemén e Irán, y en Siria no se tiene una solución completa al sangriento conflicto entre Bachar Al Asad y sus opositores, es a todas luces contraproducente.
Claramente lo que busca Trump es ampliar su influencia en la zona a través de su aliado histórico, y envía un mensaje acerca de su disposición de involucrarse de manera más directa en la región. No obstante, el trasfondo podría ser más egoísta y utilitario, si se tiene en cuenta que entre los congresistas republicanos hay numerosos pro-Israel que le ayudarán al mandatario a que no prospere un eventual 'impeachment' en su contra. El gobernante se escuda en una decisión del Congreso estadounidense, de 1995, en la que se avala el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, pero que ningún presidente en los últimos 22 años quiso concretar. Ni los Bush, ni Clinton, ni Obama tomaron decisiones sobre eso.
La comunidad internacional, en su mayoría, se mantiene en la posición de no seguir la actitud norteamericana y mantener sus cuerpos diplomáticos en Tel Aviv. Esa ha sido la postura de las Naciones Unidas desde 1980, cuando el parlamento del Estado de Israel aprobó que Jerusalén unificada sería su capital; esa casi unanimidad mundial en contra evitó que se concretara tal idea, que de volverse un hecho, como pareciera que ocurrirá, le pondrá un nuevo elemento de violencia a la que es considerada la zona más inestable en el mundo. Lo peor es que países como Filipinas y la República Checa estarían analizando hacer lo mismo, lo que podría llevar a nuevas confrontaciones innecesarias.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015