Han sido lamentables el detonante y el desarrollo de la polémica que hoy existe entre el expresidente Álvaro Uribe y el periodista Daniel Samper Ospina, la cual llega ya a los estrados judiciales con la posibilidad de hacer más intensa la llama, la cual en lugar de avivar es necesario tratar de apagarla. No con hipocresía ni falsa cortesía, sino de manera franca y sincera, con la total conciencia de que Colombia lo que menos necesita hoy es generar conflictos absurdos que puedan derivar en nuevas violencias.
Los colombianos debemos reflexionar a fondo acerca de si vale la pena seguir alimentando odios o si es el momento de asumir el desafío de desarmar los espíritus y tratar de construir entre todos un país mejor, en el que el respeto al otro, a las diferencias de pensamientos, a las libertades responsables hagan parte de lo cotidiano. Cuando una sociedad privilegia la ofensa, la calumnia, la difamación y da rienda suelta a toda clase de acciones alimentadas por la animadversión hacia quien no comparte las mismas ideas o creencias, está enferma y requiere tratamientos urgentes para volver a sembrar los principios de respeto, solidaridad y afecto.
El expresidente Uribe debe comprender que por su estatura de líder nacional su principal responsabilidad es dar ejemplo de buen ciudadano, de alguien que construye y no que esté empeñado en crear peleas y confusión. Debe entender que cualquier otra persona puede cometer el error de lanzar calumnias sin fundamento, pero que su importante lugar en la sociedad le exige actuar con mayor cautela. Cualquier comportamiento suyo inadecuado se convierte en imagen a seguir por otros muchos que lo admiran, lo que podría terminar en violencias de alcances insospechados. En este caso específico hay una gran responsabilidad de dar buen ejemplo.
Desde luego que el estilo del periodista Samper puede resultar para muchos chocante y ofensivo, incluso para el mismo expresidente Uribe, y puede ser que el comunicador en algún momento se haya pasado de la raya, pero más que reaccionar con difamaciones en una supuesta “legítima defensa”, lo que debe hacer toda persona que se considere lastimada por una opinión es demostrar su honradez y honorabilidad, y no señalando a quien ofende de crímenes sobre los que no tiene pruebas. Además, todo personaje público está expuesto a recibir burlas y ataques y su forma de defenderse tiene que ser la prudencia.
Las ofensas que haya hecho Samper en contra de Uribe no pasan de ser humor, de buen o mal gusto lo calificará cada quien, pero afirmar que el periodista es “violador de niños” plantea un escenario muy delicado. Peor aún es salir a justificar su ataque desmedido diciendo que Samper es en realidad un “violador de derechos de los niños”. Lo más grave es que, producto de esta trama, personajes tan infortunados como John Jairo Velásquez (Popeye) lancen mensajes amenazantes en contra del periodista y su familia, algo que el propio Uribe tuvo que haber rechazado de inmediato. Tampoco es afortunado que se sumara otro senador del Centro Democrático, José Obdulio Gaviria, con otro mensaje peligroso.
A un líder como Uribe se le pide que tenga la grandeza de aceptar que esta vez se equivocó. Cualquiera puede salirse de casillas y en un momento de calentura expresar algo inadecuado; tras la disculpa es fácil entender la situación y avanzar hacia el reconocimiento del error y la posibilidad de perdón. Lamentablemente persistir en las ofensas es solo echar sal a una herida y ayudar a extender las llamas. De manera respetuosa hacemos un llamado a la cordura, Colombia no puede seguirse manejando con mensajes de odio. En esto acierta el planteamiento de Humberto de la Calle de hacer un Pacto por la No Violencia, y fomentar espacios en los que las ideas y las opiniones se promulguen desde el respeto y la tolerancia, con argumentos y sin ataques personales.
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